viernes, 19 de agosto de 2011

CAPÍTULO 4. Reencuentro.


Matt no se creía que aquellas palabras las hubiese pronunciado en alto. Sonaban tan frías y crueles… en cambio, el Matt de hacía unos meses no se hubiese sorprendido ante aquello, pues era su día a día, con lo que se ganaba el pan. Había sido adiestrado como un soldado y contratado como un asesino. Al principio las misiones se limitaban a acechar a su víctima y avisar a sus superiores quienes se harían cargo del resto. Poco a poco había subido de nivel y le habían ido mandando a misiones algo más complejas, como secuestros o amenazas de muerte, que nunca habían pasado de alguna leve mutilación. Pero esta vez le habían dado su plena confianza y le habían mandado matar a aquella chica.
Al principio, pensó que se habían equivocado con ella, que era una simple humana, y comenzó a relajarse, a tomarse aquel tiempo como unas merecidas vacaciones. Quedaba con ella y se sentía a gusto en su compañía, en sus mil excursiones, donde le mostraba lugares maravillosos que él jamás habría soñado con conocer. Le mostró una forma de ver la vida muy distinta de la que él tenía hasta ese momento, y ahora se daba cuenta de que le gustaba. Quería rebelarse contra todo aquello para lo que le había educado: sumisión, destrucción, mentira, lealtad, traición, odio, venganza.   
Había ingresado en la academia con apenas cinco años, como chico de los recados de los que estaban un nivel por encima del suyo. Con él habían sido especialmente exigentes por ser quién era, por ser el hermano de extraordinario Brandon, quien a sus ocho años de edad ya había batido todos los records establecidos hasta el momento. La presión por ser el mejor le venía tanto de la escuela como de la familia, y él no les decepcionó. Quería demostrar a todo el mundo que él también valía, que él podría vencer a su hermano, que también merecía ser querido. Pero nunca era lo suficientemente bueno. Pese a que su hermano le sacaba tres años, él en poco tiempo había conseguido igualarle, haciendo cosas que a los chicos de su edad se creían impensables. Se esforzaba mucho, y apenas tenía amigos pues se pasaba la mayor parte del tiempo entrenando y haciendo tareas para la academia, y aún así, sus padres parecían no verle. Al principio no le importaba, pensaba que es que era demasiado pequeño, que tenía que esforzarse un poco más, crecer. Con el paso del tiempo, se dio cuenta de que las cosas seguían igual y tampoco podía culpar a Brandon, pues él era el único que reparaba en su presencia, que se preocupaba por él y le felicitaba por sus progresos.
Cuando tenía trece años, su madre murió en un ataque por parte de los physëfti, lo que aumentó su odio hacia ellos y a partir de ese momento, se cerró del todo en sí mismo. Ya apenas hablaba con alguien que no fuese Brandon, pero éste si que tenía a sus propios amigos con los que salir y por tanto, Matt pasaba todo el día encerrado en casa o en la academia. A los dieciséis, en cuanto se graduó, comenzaron a lloverle las ofertas de trabajo y se dedicó a ello a tiempo completo, dejando atrás a su familia, exceptuando a Brandon, al que veía de vez en cuando.
Y ahora, estaba contra la espada y la pared. La llamada de Brandon le había puesto sobre aviso sobre lo que podría suceder si no se daba prisa, pero por otro lado… él no tenía motivos para matarla. Ni siquiera para hacerla daño. ¿Por qué no lo hacían ellos mismos? ¿Por qué siempre se limpiaban las manos mandando a alguien, a un súbdito que se manchase las manos en su lugar? Quizá… si la conociesen… ¡si, eso haría! Iría a hablar con Brandon, le contaría la situación y seguro que él le ayudaría a solucionar las cosas sin que nadie resultase herido.
Hacía una semana que sabía que Klaire se había marchado, y consideró que eso era tiempo suficiente como para que se alejase de aquel lugar, para otorgarla una ventaja de escape, pues estaba seguro que si Megan descubría que ella se había ido y él lo había permitido se lo contaría a su hermano y ya no habría escapatoria posible. Se dirigió al dormitorio y comenzó a empaquetar algunas cosas para el viaje.

Klaire había perdido la noción del tiempo que llevaba caminando, quizá semanas, o meses, no estaba segura. Solo sabía que se estaba arrepintiendo del buen clima de Adelfield, pues no tenía nada de mucho abrigo y hacía un par de días que se había internado en una zona montañosa y comenzaba a acusar las heladas nocturnas. Si no encontraba cobijo pronto, las cosas podían comenzar a complicarse de verdad.
Pasaron dos puestas de sol y un amanecer antes de que la chica divisase por fin un valle entre las altas cordilleras. Comenzaba a costarle respirar ya que no estaba acostumbrada a estar a tantos metros por encima del nivel del mar. Era un valle enorme y precioso. Al ser verano, no había nieve por allí, solo un enorme y cristalino lago. De repente, algo llamó la atención de la chica. Parecía una caseta. Se encaminó hacia allí, casi corriendo, desesperada por encontrar un lugar donde entrar en calor.
La casa era mucho más grande de lo que parecía desde lejos. De madera y piedra, con planta baja y piso de arriba y parecía deshabitada. Klaire se lo pensó antes de entrar, pero no parecía que hubiese nadie allí dentro, así que la nueva ráfaga de aire helado despejó todas sus dudas y entró. Era prácticamente diáfano, a excepción de la cocina y un pequeño aseo. Estaba austeramente decorada y en el centro del salón había una enorme chimenea lista para ser encendida. Klaire soltó todas sus pertenencias y fue a encender el fuego, ya investigaría el resto de la casa en otro momento.
No sabía en qué momento se había quedado profundamente dormida, pero se despertó al día siguiente con un hambre voraz. Se encaminó hacia la cocina, en busca de algo para comer. Y tal y como suponía, allí había de todo para elaborar un desayuno exquisito. En la puerta del frigorífico había una nota. Klaire la cogió mientras con la otra mano sostenía una rebanada de pan tostado con mantequilla y mermelada que se disponía a engullir en ese mismo instante:
Bienvenido/a a la casa del peregrino.
Esta casa está pensada para el peregrino cansado que busca descansar; para el que está harto de la ciudad y busca paz; o el que se ha perdido y necesita un lugar donde pernoctar. Seas cual seas, siempre serías bienvenido, solo le pedimos una cosa a cambio, que deje todo tal cual se lo encontró al llegar. Muchas gracias y disfrute de su estancia”
Bueno, le parecía lógico. Si encontraba un papel por algún sitio escribiría agradeciendo que se les ocurriese una idea tan fantástica como aquella.

Comenzaba a oscurecer y aún quedaba mucho camino hasta Sessenis. Llevaba todo el día conduciendo y se sentía algo cansado, así que decidió que haría una parada para descansar. Había tenido que convencer a Megan para que no fuese con él, y le había costado lo suyo, pues la chica no paraba de insistir en que ella debía acompañarle, como siempre. Finalmente la había tenido que contar que Klaire había salido de la ciudad, y cuando la chica montó en cólera, él mintió diciendo que era parte del plan, y por si no funcionaba ella debería quedarse en la ciudad, como “plan b”. Con una sonrisita y un par de besos había conseguido convencerla del todo. Megan era un poco infantil, cabezona y fácilmente irritable. Pero se la convencía con facilidad. Matt aún se sorprendía de que la hubiese aguantado tanto tiempo, y se preguntó cómo su hermano podía tenerla tanto cariño.

El ruido de un coche sacó a Klaire de sus pensamientos. Alguien más venía y parecía ser que ya conocía aquel lugar. Salió al porche. Justo en frente había aparcado un coche negro. A Klaire le dio un vuelvo el corazón, ¿Sería Harry? ¡Oh, por favor, que fuese él! Tenía ganas de volver a ver su sonrisa, de que la calmase la soledad con sus tonterías. La puerta del conductor se abrió y un chico bajó. Llevaba una cazadora de cuero y vaqueros. Unas gafas oscuras ocultaban sus ojos de la mirada atenta de Klaire. Tenía el pelo castaño, como Harry. De repente, el chico reparó en la presencia de Klaire en el porche y se sobresalto:
-        ¡Oh, vaya! No pensé que pudiese haber alguien aquí…
-        ¿Harry? –la voz se parecía tanto, pensó Klaire.
-        No –respondió el chico, algo contrariado. Se quitó las gafas, mostrando una mirada de intensos ojos pardos- Creo que me confundes con otra persona. Soy Brandon, ¿y tú?
-        Ah… perdona, te he confundido con un amigo –no pudo evitar que un tono de desilusión se filtrase en su voz-, soy Klaire.
Hubo un incómodo silencio, en el que ambos aprovecharon para inspeccionar al otro. Klaire dio el paso:
-        ¿Eres el… dueño de esto? –preguntó tímidamente.
-        ¡Oh, no! –rió Brandon- yo soy un usuario de La casa, como tú. Suelo pasar por aquí de vez en cuando, me aporta tranquilidad.
-        “para el que está harto de la ciudad”, ¿no? –Klaire sonrió-.
-        Exacto –respondió, devolviéndole una cálida sonrisa que le recordó mucho a Harry-.¿Y tú?¿Qué clase de peregrina eres?
-        Bueno, no estoy del todo segura, ¿Están incluidas las peregrinas en busca de una ciudad de la que ni siquiera se acuerdan?
Brandon se lo pensó un poco.
-        Si, supongo que también estás incluida. Bueno, ¿Pasamos dentro? Me estoy helando de frío.
-        ¡Claro, perdona!
Klaire se hizo a un lado y el chico entró. Subió directamente al piso de arriba, y bajó pasados unos minutos. Klaire no sabía cómo tomarse aquello. ¿Significaba eso que ella debía marcharse? ¿O es que iban a convivir los dos juntos? No es que fuese la primera vez que convivía con chicos en la misma casa, de hecho, cuando era pequeña había asistido a un montón de campamentos urbanos donde había dormido con un montón de chicos y chicas de su edad en un albergue. Pero aquello era tan distinto. En esta ocasión estaban los dos solos y bueno, él era un completo desconocido, ¿Y si era un maniaco? «¡Oh, por favor, Klaire! ¿En qué diablos estás pensando?» se reprochó. El chico se dio cuenta de la mirada fija de ella y la sonrió. Klaire se sonrojó un tanto «no, un chico que tenía una sonrisa tan cálida no podía ser un maniaco».
-        ¿Un té? –preguntó desde la cocina.
-        Earl grey, gracias.
-        ¿Tienes pensado quedarte mucho tiempo? –continuó vociferando Brandon.
-        No mucho la verdad, me gustaría reemprender la marcha cuanto antes –respondió ella, acercándose hasta el marco de la puerta de la cocina- ¿y tú?
-        Suelo quedarme un par de días, pero esta vez pensaba solo pasar la noche y marcharme mañana a la hora de comer. Espero que no te importe.
-        Oh, no, por supuesto, no me importa. Así nos hacemos compañía –declaró la chica-.
-        ¡Estupendo! Será la primera vez que coincida con alguien en esta casa. Está bien eso de probar nuevas experiencias.
Klaire rió. Él la tendió una de las tazas de té y ambos salieron al salón a charlar frente al calor de la chimenea.

Aquel motel de carretera eral realmente cutre. La habitación contaba con una cama medio rota, una mesilla donde titilaba una pequeña lámpara y una puerta que, supuso, daría a una taza de váter y un lavabo con graves signos de falta de limpieza. Dejó la mochila sobre la cama y bajó a tomarse algo al bar de al lado.
Tal y como imaginaba era el típico bar cutre de carretera, lleno de moteros bebidos y un par de mujeres ganándose algunas perrillas. Se sentó en el fondo de la barra y la camarera se acercó a él. Era muy mona, debía reconocer. Llevaba el pelo rubio en una trenza que le caía por un lateral. Tenía unos ojos rasgados de un azul intenso que en ese momento le miraban directamente con cara de pocos amigos:
-        ¿Qué te pongo?
-        Tequila, solo, por favor.
La muchacha se encogió de hombros.
-        Como quieras, pero pareces demasiado delgaducho para un alcohol tan fuerte –respondió, aunque nadie la hubiese pedido la opinión.
Matt la fulminó con la mirada. ¿Qué le importaría a aquella chica lo que él hiciera o dejase de hacer? Cogió su copa y se la bebió de un solo trago. Notó como quemaba su garganta en su descenso hacia el estómago, quien también protesto al notar la quemazón de la bebida alcohólica.
La imagen de Klaire seguía grabada bajo sus párpados. Pidió otra. Y luego otra. Pero nada hacía efecto, allí, bajo sus párpados dos imágenes persistían, torturándole. La de su hermano, la de Klaire. Alternándose, pero sin llegar a irse.
Algo golpeó su cabeza, pero no se movió. Oyó una risa borracha al fondo del local:
-        Eh, tú, flacucho, ¿Qué haces tanto tiempo aquí? Mamá te estará esperando para darte las buenas noches –vociferó, coreado por las risotadas de unos cuantos compañeros.
Matt le ignoró, pero el tipo no se rendía.
-        ¡Eh, que te estoy hablando! ¿Tu mamaíta no te enseñó modales?
-        Déjalo ya, Jimmy –le cortó la camarera-. Por una noche tengamos la fiesta en paz, ¿vale?
-        ¡Oh, escuchad esto chicos! A nuestra preciosa Sarah se le ha despertado el instinto maternal –todos lanzaron suspiros a coro, después rieron a carcajadas-.
-        ¡Imbécil! –Sarah golpeó al tipejo en un brazo con uno de los trapos que estaba empleando para fregar la mesa que tenía al lado.
-        No te molestes –dijo Matt dulcemente- ya me voy.
Los hombres comenzaron a cacarear y llamar al chico gallina, pero éste los ignoró y salió fuera del local. El aire fresco le azotaba en la cara, revolviéndole los mechones castaños que caían sobre sus ojos. Esperaría a que los hombres salieran.
No pasó mucho tiempo, cuando la puerta volvió a abrirse. El chico lanzó un puño de derechas directamente a la nariz del primer hombre que salió y no paró hasta que éste quedó inconsciente en el suelo. Las risas de los demás se apagaron, y se enzarzaron en una lucha contra el chico.

Klaire rió alegremente. Le caía bien aquel chico. Era simpático. Se parecía mucho a Harry, y no sólo físicamente. Eso la reconfortaba y la hacía sentir mejor.
-        Bueno, Klaire, creo que es suficiente por hoy, yo me subo a la cama si no te importa –dijo Brandon levantándose del asiento-.
-        ¡Claro, hasta mañana Brandon! ¡Ah! Y gracias por el té –indicó, levantando la taza-.
-        Un placer.
Klaire se quedó pensativa mirando al fuego. Quizá Brandon podría ayudarla en su búsqueda… si encontrase algo que decirle. De repente, se acordó de algo. Subió rápidamente las escaleras, cogió la carta de sus padres y bajó al salón. ¿Cómo no lo había visto antes? Detrás de la carta había una foto, como si fuese una postal. Y allí, en letras cursivas y doradas, un nombre: Metifte. ¿Sería aquella su ciudad? Tendría que averiguarlo. Pero eso mejor al día siguiente, pues estaba agotada.

-        Vale, para, deja de moverte de una vez –le regañó Sarah- si no te estás quieto te haré daño.
-        Es que ya me lo estás haciendo –puntualizó Matt-.
-        ¿En qué diablos pensabas cuando te embarcaste en esa pelea suicida?
-        No pensé, simplemente actué –respondió-.
-        Curioso –la chica le colocó una tirita en la ceja y cerró el botiquín-bien, creo que ya está. Procura no meterte en otra pelea, ¿de acuerdo?
-        Como gustes –dijo Matt, haciendo una especie de reverencia y dirigiéndose a la puerta del bar- ¡Ah y… gracias!
-        No pienses que te vas a ir de rositas, querido –Sarah le sonrió, pícara- tendrás que pagarme este servicio extra.
Matt sacó sus bolsillos hacía fuera.
-        No me queda ni un duro… me lo he gastado todo en el alcohol que me has servido.
-        No me refería a dinero –rió, acercándose al chico- me refería a algo como..
A Matt no le dio tiempo de responder, cuando la chica posó sus labios sobre los suyos. Instintivamente cerró los ojos, pero rápidamente los volvió a abrir y se separó de ella.
-        Lo…lo siento, pero no puedo.
Ella lo miró con cara de fastidio, pero se encogió de hombros y le dejó marchar, farfullando algo que sonó como “una lástima, con lo mono que es...”.
Matt entró en su cuarto, cerró la puerta de golpe y cayó sobre la cama, rendido.

Cuando Klaire bajó al salón, Brandon ya estaba despierto.
-        ¡Buenos días, dormilona! –la saludó-.
Klaire frenó en seco. Así es como la solía saludar Terry. Una oleada de nostalgia la invadió. Su mente fue invadida por el recuerdo de un montón de mañanas, de desayunos corriendo, de risas contagiosas, de yoga a primera hora en la playa… «¿Dónde te has metido, Terry?» se preguntó.
-        ¡Eh, Klaire! –Brandon estaba frente a ella, chascando los dedos delante de su cara-, ¿Estás bien?
-        Si, perdona… -la chica le sonrió, fingiendo que no pasaba nada-. El estomago me está rugiendo, tengo un hambre que me muero.
-        No pasa nada, te he preparado el desayuno.
-        ¡Oh, Brandon... gracias… no, no hacía falta!
-        Bah, no te preocupes. Me lo he hecho para mi y ha sobrado.
Klaire fingió una mala mirada y él rió. Fue a la cocina y allí estaba, una bandeja perfectamente preparada con un zumo de naranja, tostadas, tortitas y una taza de café.
-        Como no sabía qué te gustaría, te he preparado las dos cosas.
-        Tortitas, las tortitas están bien –respondió ella, fascinada-.
Klaire devoró su desayuno, mientras Brandon preparaba algo en el piso de arriba. Bajó cuando ella había terminado.
-        ¡Me voy a pescar! ¿Te vienes? –la ofreció-. No importa que no sepas, puedes mirarme a mi y yo te enseño.
-        De acuerdo.
«Así aprovecho y le pregunto por la ciudad de la postal» pensó mientras se cambiaba de ropa.
-        Te vas a helar de frío como vayas así –dijo Brandon asomándose a la puerta de la habitación-.
-        No tengo nada más –respondió-.
-        Claro que si, sólo que no lo has descubierto aún. En ese armario hay alguna ropa de abrigo “por si acaso”. Como toda la casa. Es la filosofía.
-        Pero, tendré que devolverlo después y no tengo mucho dinero..
-        ¡Oh, por eso no te preocupes! La ropa si es de regalo.
Klaire cogió algunas prendas de abrigo y ambos salieron en dirección al lago.
Mientras esperaban que algún pez picase, Klaire aprovechó para sacar la conversación:
-        Emm, ¿Brandon?
-        ¿Si?
-        Me preguntaba si podrías ayudarme a encontrar la ruta para llegar a la ciudad que estoy buscando.
-        ¡Por supuesto, dime preciosa! –contestó con esa sonrisa suya.
-        Ayer encontré esto y creo que podría servir de ayuda –Klaire sacó de uno de los bolsillos la postal con el nombre bordado en letras de oro.
A Brandon se le cambió la cara de repente.
-        ¿Por qué quieres ir allí? No encontrarás más que gentuza y asesinos –respondió secamente.
-        El motivo de mi viaje es sólo mío, ¿De acuerdo? –contestó ella en el mismo tono- si no quieres ayudarme, ya me las apañaré yo solita.
-        Tú misma, pero no veo qué interés puede tener una chica como tú en un lugar como ese.
-        Es la única pista que tengo sobre mi destino. Quizá allí puedan ayudarme a seguir buscando -añadió Klaire, un poco más amable-.
Los dos se quedaron en silencio.
Al regresar a la casa, Brandon comenzó a hacer el equipaje. Klaire lo miró y se preguntó por qué habría tenido aquella reacción al ver la postal. ¿Qué podría tener contra aquel lugar?
Antes de marcharse, Brandon indicó a Klaire la ruta que debía seguir e incluso, le hizo un par de garabatos en un papel, intentando que de aquella manera quedase más claro para la chica. Klaire se lo agradeció y él se despidió de ella con un beso en los labios. La chica se llevó una mano a la boca y se quedó así, viendo cómo el coche negro desaparecía de su vista y de su vida… por el momento.

Le dolía la cabeza, le dolía horrores. Y lo peor de todo es que la noche anterior sólo le había servido para eso. «Y para romperme una ceja» añadió al mirarse por primera vez la cara en el espejo. Tenía unas ojeras profundamente marcadas bajo sus ojos grises, una ceja partida y un labio amoratado. Y en su cabeza, a Klaire. La echaba tanto de menos, ¿Dónde andaría? ¿Estaría bien?
Se puso los vaqueros, se cambió de camiseta, ya que la que llevaba estaba algo manchada por la sangre y salió de aquel motel para volver a la carretera cuanto antes. Debía llegar a Sessenis y hablar con Brandon antes de volverse completamente loco con aquella situación un tanto irreal.

Todavía tuvo que caminar durante dos semanas más, confiando en que Brandon la hubiese dado la dirección correcta. Porque se la había dado, ¿verdad? Su reacción fue tan exagerada que ahora hasta dudaba que la hubiese mandado por el camino correcto. «¡Bah! Qué tonterías piensas cuando estás sola Klaire» se dijo a si misma «¿De qué le serviría a él mandarte por el camino equivocado? Confía un poco en él, no parecía mal chico». Un poco más adelante divisó a un hombre recogiendo flores a un lado del camino. Decidió preguntarle para despejar sus dudas:
-        Disculpe, ¿Estoy en el camino correcto?
-        Correcto, depende de cuál sea tu ruta, niña. ¿Adónde te diriges? –preguntó el anciano con una voz que infundía respeto y calidez.
-        A Metifte –respondió Klaire.
-        Entonces casi has llegado –sonrió-, está detrás de aquella colina.
-        ¡Muchas gracias señor!
-        De nada joven, y que la luz te acompañe –se despidió, agitando la mano-, para que nada nuble tu mente.
Aquellas palabras extrañaron a Klaire. ¿Por qué la diría aquello? Pero no tuvo mucho tiempo para pensar, pues enseguida comenzó a divisar las agujas de los edificios más altos de la ciudad.
Sonrió. Se hallaba frente a una enorme muralla de una exquisita delicadeza. La entrada a la ciudad estaba formada por un enorme arco, con unos extraños símbolos tallados. Klaire se tomó algo de tiempo para admirar aquella ciudad, antes de atreverse a cruzar al otro lado.
Estaba maravillada con la grandiosidad de las construcciones. No se parecía nada a Adelfield. Era mucho más… brillante. Delicada. No sabía qué adjetivo era el adecuado para describir aquellas calles tan pulcras, tan ordenadas y anchas. Se encaminó por la calle principal, que subía directamente desde la muralla, hasta perderse. La multitud iba de aquí para allá, vestidas de manera peculiar, con telas más vaporosas que las que Klaire estaba acostumbrada a ver. Estaba tan maravillada que le costó darse cuenta que alguien la estaba llamando por su nombre:
-        ¡Klaire! ¡Klaire!
La chica se giró y no pudo creer lo que vio. Aquella chica, aquella melena rubia era inconfundible. Terry.

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