martes, 1 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 6. La verdad duele

El viaje duró aproximadamente dos semanas. Dos semanas de viaje entre prados, campos de cultivo y finalmente, montaña, bastante escarpada y difícil de cruzar, por lo cual tuvieron que cambiar de medio de transporte varias veces. Klaire se pasaba la mayor parte del tiempo mirando por la ventanilla, sorprendida por la belleza de aquel lugar que para ella era completamente desconocido hasta hacía tan poco tiempo.
Por segunda vez, volvió a cruzar las puertas de una ciudad que la dejó maravillada. Era una curiosa mezcla entre la delicadeza que poseía Metifte y la naturaleza salvaje, entremezclada con cascadas, ríos, palacios de cristal y mármol… «un placer para los sentidos» concluyó la chica. Harold y ella se dirigieron a uno de los edificios más altos de la ciudad, situado al lado de una pequeña cascada, rodeado de bosque. Entraron y El maestro indicó a Klaire que le esperase en el hall. Un hall amplísimo, elegantemente decorado y que daba a una escalinata de mármol que se dividía en dos según ascendía, y por la que en ese mismo instante, dos hombres bajaban hacia ella.
-        Klaire, él es George y fue compañero mío cuando yo mismo estudié en esta escuela –Presentó Harold- y ahora, será el encargado de tomarme el relevo en tus estudios.
-        Un placer –Dijo el hombre tendiendo la mano a la muchacha que le miraba recelosa-.
-        Encantada –cedió finalmente Klaire-. ¿Por qué no vas a ser más mi maestro, Harold?
Éste la miró sin saber muy bien qué responder.
-        Bueno, verás Klaire, creí más conveniente que te centrases más en tus estudios ya que llevas tanto tiempo de retraso…y… no hay mejor lugar que Orchidaceae.
-        ¡Bienvenida a la escuela, Klaire! Si eres tan amable de acompañarme… -suavizó George, quien percibía la tensión que se había creado en el ambiente- te mostraré tu nuevo hogar.
Klaire no dejó de mirar a Harold hasta que éste se perdió de su vista. Sabía que aquel no era el único motivo que le había llevado a trasladarse a aquel lugar, pero si Harold no quería contárselo, ella tampoco debía decirle que sabía cuál era el motivo real, pues entonces sabría que había estado hurgando en su mente sin su consentimiento y eso enfurecería a su maestro.
La escuela era enorme, con múltiples salas para prácticas, otras para clases más teóricas, habitaciones, salas para relajarse, comedor común, cocina a la que tenían acceso ilimitado… parecía un palacio, y, según le había contado George, en algún tiempo lo fue. Asignó a Klaire una habitación y la citó para una hora después en el jardín, donde comenzaría su aprendizaje en la escuela, muy distinto al que había recibido hasta entonces con Harold. Klaire suspiró y entró en la habitación. Era bastante amplia, con una cama y un pequeño sofá de dos plazas. Un escritorio, un baño, armario, dos estanterías y una terraza. «Realmente bonita para estar tan austeramente decorada» pensó Klaire. Bueno, ya tendría tiempo de ir decorándola a su gusto. Colocó sus pocas pertenencias, y rápidamente bajó al jardín a reunirse con su nuevo maestro, anhelante de nuevos conocimientos.

Matt se había quedado en la casa del lago, aunque su hermano se había marchado a penas dos días después de aquella conversación. Casi ni se habían dirigido la palabra, pues Brandon parecía bastante afectado por aquella inesperada noticia que le había contado Matt. En el fondo, no podía aceptar que su hermano hubiese escogido un camino tan distinto al que habría escogido él, pero, por mucho que le doliese, Matt no cambiaría de opinión. Había decidido opinar sobre su vida por primera vez, y darse cuenta de aquello le había hecho reflexionar sobre si en algún momento había pensado o tomado una decisión, si de verdad su vida se reducía a un puñado de órdenes. «¿Cómo no me he dado cuenta durante todo este tiempo?» pensó. Era cierto que dejarse llevar era más sencillo, limitarse a hacer los que otros te dicen que hagan, pero ahora todo eso le parecía completamente abominable, se daba asco a sí mismo.
Los días se habían sucedido sin que Matt se diese cuenta, pero era hora de ponerse en marcha, pues no podía quedarse en aquella casa eternamente.

Klaire se tiró sobre la cama, estaba agotada y ni siquiera se había dado cuenta hasta ese momento. Los dos últimos días habían sido intensos, y eso que ni siquiera había comenzado con el entrenamiento físico. Era cierto que el estilo de Harold y el de George eran completamente distintos, así como Harold había comenzado directamente poniendo a prueba su poder, George era mucho más conservador y el primer día la habló sobre los poderes mentales, sus puntos fuertes como eran la frecuencia con la que se daban personas capaces de dominar dos tipos de poderes o la ausencia de objetos físicos en los que depositar el poder a la hora de atacar, ni siquiera necesitaban de movimientos físicos, tan solo la mente y quizá los ojos, aunque había casos en los que no necesitaban ni siquiera el contacto visual, era cierto que los que menos. También le había hablado de sus puntos débiles, como que eran mucho más difíciles que dominar que los físicos (dominados por los corpaerhîs) y que necesitaban más tiempo para recuperarse de un ataque. Le había hablado de la historia, como desde hacía siglos, los corpaerhîs y los physëfti estaban enfrentados, luchando por cuál de los dos debería dominar al otro o al menos eso se creía por entonces, pues la razón de los primeros enfrentamientos hacía mucho tiempo que había sido olvidada. El odio entre las dos razas había ido creciendo con el paso del tiempo, hasta convertirse en algo prácticamente genético (Klaire era reacia a creerse que algo que venía del exterior pudiese convertirse en algo tan arraigado interiormente como para pasarse a través de los genes). Cada raza tenía el control sobre un territorio, los corpaerhîs, dominaban el norte, los physëfti, el sur-este. Y en el medio se encontraba Orchidaceae, donde ella se encontraba en esos momentos, y que era como un templo para ambas razas, donde convivían sabios tanto corpaerhîs como physëfti, los oráculos y los alumnos más aventajados de cada raza que solicitaban estudiar en sus escuelas. Fue en aquel momento, cuando Klaire se atrevió a preguntar:
-        ¿Es por ello por lo que me han traído aquí?
-        Así es, Klaire –Asintió George-. Harold me habló de tu poder, algo nunca visto… y tus antecedentes. Al parecer, con tan solo unos pocos años de vida tu poder ya comenzaba a manifestarse, ¿no es así?
-        No lo sé… -Klaire se encogió de hombros- borraron todos mis recuerdos.
-        Bueno, era una pregunta a la que no hacía falta que contestases, de todos modos –se rió, algo que a Klaire no le hizo mucha gracia-. Y es verdad que noto mucho poder en ti, así que tenemos un arduo trabajo por delante, pero continuaremos con ello pasado mañana. Creo que por el momento tienes suficiente que asimilar.
Dicho esto, se levantó y dejó a Klaire pensativa en el jardín. Después de dos horas asimilando toda esa información, había decidido subir a su cuarto, y allí estaba, tirada sobre la cama recapitulando. Poco a poco, el cansancio la invadió, sumiéndola en un profundo sueño.
Al día siguiente, cuando se disponía a bajar a desayunar, se chocó con un chico por el pasillo:
-        ¡Oh, perdona! no te había visto –se disculpó en seguida Klaire.
-        No pasa nada –respondió el muchacho, sonriendo y haciéndose a un lado para dejarla pasar-. ¡Perdona! –dijo, reteniendo a Klaire- ¿Eres nueva? No me suena tu cara…
-        Si… llegué hace unos cuantos días –respondió algo cortada-. Soy Klaire.
-        Mike.
-        Bueno…pues… ya nos veremos por aquí, supongo.
-        Eso espero –contestó giñando un ojo a Klaire.
El muchacho la soltó y continuó su camino, dejando a Klaire algo desconcertada. «Vaya, parece ser que no soy la única alumna de la escuela… menos mal» pensó, aliviada. Acto seguido continuó su camino hacia la cocina, hambrienta.
A lo largo de la semana, no volvió a cruzarse con Mike, pero tampoco la importó pues su nuevo maestro la ponía demasiadas tareas que ocupaban gran parte de su tiempo. Por fin llegó el sábado, día libre y el cual Klaire aprovechó para salir a conocer la ciudad.

Matt aparcó en el primer sitio que encontró libre, se metió las llaves en el bolsillo y comenzó a subir la calle. Tenía hambre, así que buscó una panadería donde comprar algo de comer. Llegó a una pequeña plaza, adornada con una pequeña fuente en la que una muchacha estaba parada, observándola con fascinación. Era cierto que aquella fuente era bastante bonita, pero eso no fue lo que llamó la atención del chico, sino la muchacha. Esa inconfundible figura… no se lo podía creer, era ella, estaba completamente seguro. Despacio se fue acercando, como si de un pájaro asustadizo se tratase o porque temía que aquello no fuese más que una ilusión. Cuando a penas se encontraba a unos centímetros de ella, levantó la cara y sus ojos se cruzaron:
-        ¡Harry! ¡Oh, Harry, no me lo puedo creer! ¿Qué haces tú aquí? –Klaire se tiró a sus brazos, fundiéndose en un abrazo que el chico deseó que no terminase nunca-. ¡Me alegro tanto de verte!
-        Ho… Hola, Klaire –saludó él, extrañándose de que le llamase Harry hasta que se acordó que aquel era el nombre falso que había utilizado con ella. Mentiras, como siempre-. Yo también me alegro de verte. ¿Cómo estás?
-        Muy bien, ¿y tú?
-        Bien. Te noto cambiada… -observó-.
-        ¿Ah si? –la chica le miró entre extrañada y divertida-.
-        Si, como más… adulta –acertó a decir-. Oye, ¿qué te parece si nos tomamos algo por aquí cerca?
-        ¡Estupendo! ¿Tu no dejas tus costumbres de los viejos tiempos, verdad?
Ambos rieron, felices en la compañía del otro. Entraron en una cafetería pequeña, de mesitas redondas y cortinas lilas. Una camarera se acercó para tomarles nota, y de paso mirar a Matt, quien a penas se fijó en la chica, pues él miraba a otra. No se podía creer que se hubiesen encontrado allí, después de tanto tiempo.
-        ¿Qué te ha traído hasta aquí? –preguntó Klaire, sacándole de sus pensamientos-.
-        ¡Oh, simplemente estaba de paso! Hacía mucho tiempo que tenía curiosidad por conocer la ciudad y he aprovechado… ¿Y tú?
-        Estudio en una escuela aquí, pues el maestro que tenía me dijo que no podía… -sin querer derribó su taza de té de un manotazo echándoselo todo por encima a Matt- ¡Ay, perdóname! Qué torpe… en seguida te lo limpio –dijo, poniéndose nerviosa.
Matt rió.
-        No pasa nada, tenía que lavar la ropa de todas maneras… tú me has ayudado a darme prisa –respondió quitando hierro al asunto-.
Klaire limpió como pudo el té de la ropa de Matt, y después siguieron hablando de todo lo que habían hecho hasta su reencuentro. Salieron del café y anduvieron hasta un parque cercano, donde había un precioso estanque con varios animales a los que la gente daba de comer. Matt se quedó en silencio. Klaire le miró, interrogante.
-        ¿Por qué no te despediste de mi, Klaire?
-        Yo… -la chica bajó la mirada, algo avergonzada-, bueno, estaba confundida… necesitaba respuestas y las necesitaba ya… Lo siento
-        No quería hacerte sentir culpable, solo quería saber por qué –intentó consolarla Matt, aunque no sabía muy bien si lo había conseguido.
Klaire levantó los ojos y se encontró con la fija mirada de Matt, y ya no pudo apartarla de él.
-        Me he acordado de ti muchas veces en todo este tiempo, por eso no me podía creer que fueses tú cuando te he visto en la fuente… -sonrió, con aquella sonrisa que tanto le gusta a él, transparente y sincera, como la de un niño pequeño-. ¡Oh, no, se me ha hecho tardísimo, tengo que volver ya! ¿Me prometes que nos volveremos a ver pronto?
Matt se limitó a asentir con la cabeza y ver como volvía a marcharse, pero ésta vez ya sabía donde encontrarla. No volvería a dejar que se alejase durante tanto tiempo de él. Y su corazón latió más fuerte, como corroborando aquella afirmación.

Mientras corría hacía la escuela, repasó mentalmente todas las imágenes de aquel día. No se podía creer que se hubiesen encontrado allí, un sitio que hasta el momento ella desconocía y que no tenía nada que ver con su antiguo hogar… de repente, algo brilló por encima de todo lo demás en los pensamientos de Klaire, algo que la hizo frenar en seco. Aquella era una ciudad mágica, ¿Cómo diablos había entrado Harry allí? ¿Acaso él también…? Miró el cielo, que casi había oscurecido por completo, sabía que tenía que haber llegado ya a la escuela… pero aquel descubrimiento cambia por completo el rumbo de las cosas. Se giró y deshizo el camino recorrido, pero al llegar al parque ya no quedaba ni rastro del muchacho. «¡Mierda! ¿Cómo no me habré dado cuenta antes? Ni siquiera le he pedido un número de móvil… ¿Cómo voy a contactar con él?» Se acordó de alguna de las enseñanzas de Harold, y una de ellas era el establecimiento de contacto con una persona a través del pensamiento. Era algo que pocos conseguían y mucho menos recién adquiridos sus poderes, pero Klaire se había salido de los límites en todo lo que había probado, así que, ¿Por qué no iba a conseguir aquello también? Se sentó en el mismo banco que antes, pero esta vez en el lugar que había ocupado el chico y se concentró. Visualizó esos ojos que la dejaban muda, su sonrisa, su cuerpo, su risa… y poco a poco sintió aquel cosquilleo por dentro, como un rayo de sol que la recorría de arriba abajo y supo que lo había conseguido. «Harry, necesito verte cuanto antes, ¿Quedamos el próximo sábado a la misma hora y en el mismo lugar?», al principio no notó nada, poco después, casi como si estuviese a su lado y pudiese verlo, sintió su sorpresa y, un tiempo después, escuchó su respuesta en su cabeza «Allí estaré». La sonrisa de Klaire se ensanchó y, aunque impaciente porque llegase el siguiente sábado, regresó a la escuela algo más tranquila.

El dolor de cabeza duró unos dos días, «Supongo que el que alguien se entrometa en tu mente no podía no dejar secuelas» pensó, fastidiado. Caminaba sin rumbo fijo, a penas conocía la ciudad y por ello, se pasaba el día entero recorriéndola. Por eso y para alejar a Klaire de sus pensamientos. Sabía que la había echado de menos todo aquel tiempo, pero no tanto. Algo en el pecho no había dejado de escocerle desde que la había visto marchar, supuso que eran las ganas de estar con ella, como aquellos días en la playa, pero sin mentiras de por medio.
Al fondo se podía divisar una pequeña cascada de agua completamente cristalina, que contrastaba con el verde vivo de la foresta. Y, a su lado, de forma inverosímil construida una pequeña casa, «aunque de pequeña tiene poco» pensó «parece el lugar de retiro de una familia adinerada».

Aquel día estaba algo más torpe de lo habitual, pero es que la costaba concentrarse con la mirada de Harry grabada a fuego bajo sus párpados y las mil preguntas sobre la identidad del chico que habían ido surgiendo en su cabeza y su corazón. Cerró de golpe el libro que estaba leyendo, cogió sus pertenencias y salió de la biblioteca a grandes zancadas. Aquel día se sentía encerrada, necesitaba espacio, así que fue al jardín.
-        ¡Buenos días, parajito! –saludó una voz que hizo saltar a Klaire-. Hacía mucho tiempo que no te veía por aquí, ¿Qué tal tus días de biblioteca?
-        Mal… demasiados libros, demasiadas cosas que debería conocer y que ahora me suenan a chino… demasiadas ganas de aprender –contestó la chica dejándose caer en el banco de al lado-. Necesito más acción.
-        Te entiendo –respondió, algo perdido en sus propios recuerdos-. Cuando yo entré también quería empezar cuanto antes… pero dudo que el Maestro te lo permita. Es muy estricto y su regla número uno dice “Cultiva la mente…
-        …para poder manejarla después” –terminó Klaire, con una risa de complicidad-. ¿Llevas mucho tiempo aquí, Mike?
-        El suficiente como para echar de menos la compañía.
-        ¿Somos los únicos alumnos?
Mike asintió con la cabeza y Klaire lo observó, pensativa. Parecía algo mayor que ella, quizá unos cuatro o cinco años. Tenía el cabello más oscuro que el suyo y sus ojos miel siempre ejercían una extraña admiración sobre ella. A penas le veía, salvo en raras ocasiones que coincidían a las horas de la comida o por el pasillo, pero siempre tenía una sonrisa que dedicarla.
Se quedaron en silencio un rato más, hasta que él se levantó y dejó a Klaire sola con su cuaderno de apuntes y una estilográfica con la tinta a medio gastar.
Una sola imagen regresó a su cabeza: Harry.

Sábado. Por fin, Sábado. No había conseguido pegar ojo en toda la noche, dándole vueltas a por qué Klaire le había llamado con aquella urgencia, aunque algo podía sospechar. Y por otro lado, estaban sus mentiras, las cuales cada día pesaban más y más sobre sus hombros y sentía que acabaría por derrumbarse. ¿Debía contarle la verdad a Klaire? ¿Y si no lo hacía? No, esa no era una opción. Era un deber. Debía contárselo. Pero tenía mucho miedo de perderla ahora que por fin había vuelto a encontrarla… «aunque, ¿Cómo puedes perder algo que nunca ha sido tuyo?» se preguntó. Caminaba con paso ligero, tanto que pasó de largo por el lugar dónde habían quedado. Se sobresaltó al escuchar a Klaire:
-        ¡Eh! ¿Tanto he adelgazado en una semana como para no verme? –dijo a modo de saludo, tan alegre y jovial como siempre.
-        Perdona Klaire, no es eso… iba distraído. ¿Qué tal estás?
-        Bien, tenía ganas de que llegase hoy, creo que tenemos muchas cosas que hablar –atacó Klaire-.
Matt puso los ojos en blanco. En el fondo le daba tanto miedo tener que afrontar la verdad. Cogió aire.
-        Bien, empecemos cuanto antes, ¿No crees? –Trató de forzar una sonrisa conciliadora, pero tuvo la sensación de que no le salió demasiado bien-. ¿Qué quieres saber?
-        ¿Quién eres?
Él la miró sin comprender, sin querer darse cuenta de todo lo que aquella pregunta implicaba. Ella no pareció prestarle atención.
-        Si esta es una ciudad mágica, ¿Cómo es que estás tú aquí?¿Acaso… acaso tú también perteneces al mundo mágico? –Los ojos de Klaire casi llameaban, eran más verdes y más magnéticos que nunca.
Matt guardó silencio. Ella le miró apremiante. Suspiró.
-        No me llamo Harry, mi verdadero nombre es Drew. Soy un corpaerhîs, domino los poderes del aire y la naturaleza, he sido educado en la academia de la Orden como soldado y me enviaron a buscarte porque… -paró de golpe, pues se había olvidado de respirar y las palabras “tenía que matarte” parecían cuchillos que desgarrarían su garganta si las pronunciaba.
-        ¿Por qué…? –Le animó a continuar Klaire, quien se había quedado inmóvil, mirándolo fijamente.
-        Era el mejor de mi promoción, algo que nunca se había visto… batía records…
-        No, no entiendo… ¿Por qué batías records me buscabas? ¿Soy algún trofeo y no me había enterado? –añadió Klaire, intentando darle un toque de humor a voz.
-        No, Klaire. Me enviaron a matarte.
La chica se quedó muy quieta, casi como si se le hubiese olvidado respirar. Drew la observaba, inquieto. De repente, se levantó y salió corriendo. Drew comprendió que no debía perseguirla… que tenía que dejar que asimilase la información a solas, aunque no pudo evitar notar cómo algo en su interior se llenaba de angustia. ¿La perdería?

Hay pesadillas muy reales, como la que tuvo cuando a penas tenía cinco años, en la que un hermano mayor moría delante suya. Pero abrió los ojos y la sangre y el hermano mayor, desaparecían. Ahora, por mucho que se esforzaba en abrir los ojos… la pesadilla la seguía torturando. Comenzaba a dudar que todo aquello fuese de verdad una simple pesadilla y no una realidad demasiado dura de aceptar.
La noche anterior a penas había hablado con nadie y se había subido a dormir. En su cabeza sólo existía aquella imagen, la de Harry contándole quién era de verdad, aunque ella se resistía a creerlo. «Pero negar algo no significa que deje de ser real» se recordó a sí misma, «y no se llama Harry… se llama Drew». Su cabeza era un hervidero, y comenzó a preguntarse si le había dicho la verdad, o era simplemente otra de sus mentiras. Aunque, si era otra de sus mentiras, ¿Qué necesidad había de decirla que le habían enviado para matarla? ¿Y quién era ese alguien que la quería matar? ¿Y por qué? Al final, aquella charla solo había servido para crear más preguntas y ni siquiera estar segura de aquellas respuestas.