jueves, 18 de agosto de 2011

CAPÍTULO 3. Huída


Matt estaba tirado en el sofá, fingiendo leer una revista, cuando un fuerte pinchazo en el pecho le dejó sin respiración. ¿Qué era aquello? Un mal presentimiento recorrió toda su espina dorsal. No sabía por qué, pero algo le había pasado a Klaire. Se puso una cazadora y salió corriendo hacia la casa de la chica.
Llamó insistentemente al timbre, pero nadie abría. Eso no ayudaba en absoluto a calmar su ánimo. Golpeó fuertemente la puerta, disparando la curiosidad de un anciano que pasaba casualmente por allí. Nada. Dio la vuelta a la casa, trepó por la verja y de un salto, entró en el jardín. Estaba comenzando a oscurecerse el cielo, sumiendo al jardín en un juego de luz y sombra. Matt se dirigió sigilosamente hacia la casa, buscando un lugar por donde entrar. Al final divisó una ventana abierta, arriba, en la primera planta. Con un ágil movimiento, trepó hasta ella y se coló dentro. En silencio, comenzó a recorrer las habitaciones de la casa, buscando casi desesperadamente a Klaire. Todas las habitaciones estaban excesivamente ordenadas, casi como si la casa no estuviese habitada, como una habitación de exposición en una tienda de muebles. Por fin dio con una puerta que indudablemente pertenecía al cuarto de Klaire, pues estaba adornada con fotos de surferos y atardeceres en las playas de la zona. Suavemente abrió la puerta y la divisó, caída en el suelo. Corrió para tomarla el pulso y respiró tranquilo al comprobar que era completamente normal. La cogió en brazos y la depositó suavemente sobre la cama. La observó intensamente, y de repente reparó en la pequeña caja de cristal abierta sobre la cama donde ahora dormía la chica.

Klaire luchaba para abrir sus párpados, pues estos pesaban como dos bloques de cemento. Con un gran esfuerzo, consiguió abrirlos lentamente, dejando pasar la luz, que al principio la dañó por su intensidad.
Estaba tumbada en su cama. ¿Cómo había llegado hasta allí? Lo último que recordaba era estar de pie, leyendo una carta que le habían dejado sus padres seguido de dolor de cabeza muy intenso. Después, nada. Miró a su alrededor y no vio a nadie. ¿Habría vuelvo Terry? Salió de su habitación y fue en su búsqueda.

Matt conducía a doscientos kilómetros por hora por la autopista, alejándose de Klaire y de todo lo que había sido él hasta entonces. Al final, no había podido resistir la curiosidad y había mirado el contenido de aquella cajita de cristal. Había una carta personal, con el sello de una de las familias más poderosas de la estirpe de los physëfti (rama de la magia que domina los poderes mentales), y aunque él lo sospechaba cuando le mandaron para aquella misión, eso lo corroboraba. Hasta ese momento, no le importada, de hecho, si ella era una physëfti le facilitaría mucho las cosas. Ahora que la había conocido, que había compartido tantas tardes con ella, eso solo empeoraba la situación. Así que había tomado la decisión de alejarse de allí, y aunque no podía volver a su querida Sessenis, se iría muy, muy lejos. Donde ellos no pudiesen encontrarle.

Era como si Terry no hubiese existido. Antes, con la confusión de todo lo que había pasado en el coche, no se había fijado. Pero Terry había desaparecido de todas las fotos que estaban colgadas por distintos lugares de la casa. Incluso se había borrado su olor, ¿Cómo se puede hacer eso? Klaire no sabía cómo debía sentirse, pues tenía una confusa mezcla de sentimientos, tristeza, rabia, confusión, miedo y, por muy increíble que la pudiese parecer, alivio. No sabía que la producía aquella sensación, pero ahí estaba, como los posos en una taza de té. Fue hasta el salón y se sentó en uno de los sillones.
Después de dos horas o quizá tres, no lo sabía muy bien, pues hacía rato que había perdido la noción del tiempo, se levantó, dispuesta a actuar. No podía quedarse el resto de su vida sentada en aquel sillón, esperando a que las cosas volviesen a ser como eran, que todo lo que había pasado desde la pelea con Terry aquella noche, se borrasen de golpe y la vida continuase. Eso era algo propio de una película, donde un guionista y un director deciden dar el final feliz a sus personajes. Pero esta era la película de su vida, donde la única directora era ella, la única guionista, con poder para cambiar de final. Con paso firme se dirigió a su cuarto para recoger lo imprescindible y partir cuanto antes hacia lo que algún día fue su hogar y que la magia le había arrebatado.
Como no sabía muy bien hacia dónde debía dirigirse, pues cuando era pequeña pasó la mayor parte del viaje dormida, decidió relajarse y escoger el camino que dictase su corazón. Pues, siempre que había hecho lo que el corazón la pedía, había ido por el camino correcto.

Allí estaba, esa fastidiosa musiquita que le ponía de los nervios. Su móvil. Estaba seguro de que era Megan, pues no la había dicho que se marchaba y seguramente estuviese inquieta. Descolgó como pudo con una mano, activó el manos libres:
-        ¿Qué es lo que quieres, Megan? –dijo con voz cansada-
-        ¿Megan? Vale que no tenga la voz más grave del mundo, pero de ahí a tener la de Meg… –se mofó la voz al otro lado-¿Ha pasado tanto tiempo que no me reconoces, hermanito?
Matt sonrió. Inconfundible.
-        ¡Brandom! –saludó, realmente contento de escucharle- ¿Qué tal estás? Hace mucho que no sé nada de ti…
-        Todo bien.-Aunque no parecía muy convencido de aquello, su voz sonaba cansada- ¿Y tú? Hace unas horas que recibí una llamada de Meg, parecía preocupada... ¿Cómo va el plan?
-        He tenido que hacer unas modificaciones –no estaba muy seguro de si podía confiar en que la llamada de su hermano no estuviese vigilada, por lo que decidió no contarle más-, pero todo va bien.
-        Eso espero –respondió. De repente, comenzó a hablar en rápidos susurros- o nos meterás a todos en graves problemas. Papá ya está siendo vigilado. Mantenme informado y no tardes demasiado.
Matt no tuvo tiempo de responder, pues su hermano había colgado el teléfono. ¡Mierda! Siempre supo que llevar a Meg con él no era buena idea pero la llamada de su hermano sólo corroboraba este hecho. Y aumentaban sus mentiras. Tendría que dejar su plan de escape para otro momento, así que de un volantazo puso rumbo de nuevo a la ciudad.
Estaba entre la espada y la pared. En Sessenis, su cuidad natal, a unos mil ochocientos kilómetros de distancia de donde se encontraba en aquellos momentos, le habían preparado para la lucha, para ser el más rápido, el más silencioso y el más mortal. Siempre había sido el mejor de su grupo y eso había otorgado a su familia un mayor rango social. Desde ese momento, se movían entre las familias más poderosas de los Corpaerhîs, que requerían sus servicios continuamente. Él estaba encantado con su nuevo estatus y no había dudado ni un solo momento al aceptar este trabajo. Le había parecido divertido, nada fuera de lo común. Era cierto que esta vez le habían dado muy pocos datos, y una orden algo más precisa que las veces anteriores, pero él no era de hacer muchas preguntas, así que no lo dudó ni un segundo y se embarcó en aquella misión. Ahora se arrepentía de haberlo hecho, pero era demasiado tarde.

Klaire llevaba ya medio día de camino y hacía solo un par de horas que por fin había salido de la civilización y había entrado en la zona de naturaleza. Le gustaba aquella mezcla de olores, el intenso verde de las hojas de aquellos árboles, las mil flores que aportaban alegría allí donde daban ese toque de color. Se había propuesto no parar hasta la hora del atardecer, pero estaba demasiado cansada. Se quitó la mochila y extendió la tienda de campaña, ya que aquel lugar parecía seguro para acampar.
Mientras se comía un bocadillo a modo de cena, observó aquel lugar. Aunque allí abajo, en la ciudad había zonas arboladas, ninguno de los árboles era como aquellos. Grandes, frondosos y de un verde muy intenso. Ni podía encontrar tantas plantas olorosas. De repente, comenzó a preguntarse por qué ella nunca había salido de la ciudad, por qué lo máximo que se había alejado de allí había sido la cala de la cueva de los animalillos turquesa y violeta que había visto hacía unas semanas con Harry. Toda su vida pasó fugazmente delante de sus ojos, pero no había recuerdos más allá de los 7 años. ¿Por qué no recordaba nada de lo que en algún momento fue su hogar? ¿Por qué las caras de sus padres eran como fotografías viejas algo desgastadas? ¿Y por qué nunca se había planteado todo aquello hasta este momento? Intentó relajar la mente, pues quizá estaba demasiado nerviosa y por eso no acudían los recuerdos, pero no ocurrió nada. Era como si alguien hubiese colocado en su mente un filtro que solo dejase pasar algunos recuerdos seleccionados. Y ahora su mente era un gran cúmulo de “Por qués” sin alguien a su alrededor que pudiese contestárselos.

Megan le estaba esperando, tal y como se suponía, echa una furia:
-        ¿Dónde te habías metido? –gritó, alterada-. No sé que es lo que vieron en ti los Airlhiè para darte tanta confianza, porque yo solo veo que andas perdiendo el tiempo, que quedas con ella todos los días pero no hay progresos..
-        Megan, tranquilízate, ¿ok? –respondió Matt, cansado ya de que la chica se implicase tanto en sus asuntos- No te he pedido que controles mi trabajo ni que te guste mi forma de actuar.
-        Nunca habías tardado tanto en terminar, ¿no es cierto? –le cortó ella- Una de tus famosas virtudes era la rapidez.
-        Los demás trabajos no eran como este. Era más fácil llevarlos a cabo rápidamente, pero este requiere de mayor precisión…
-        Me cansan tus excusas, Matt.
-        Y a mi tus charlas sin sentido, Megan. Creo que va siendo hora de que vuelvas a Sessenis.
Megan le miró desafiante.
-        ¿Quién te crees que eres para tratarme como si fuese un objeto?
-        Ya te lo he dicho muchas veces, yo no te pedí que me acompañases, y creo que te estás tomando demasiado en serio esta misión. Así que lo mejor para ambos será que te marches y me dejes acabar el trabajo a mi solo.
-        ¿Y dejarte con esa zorra? Ni hablar –estalló la chica, quien, al darse cuenta de lo que había dicho, enrojeció como un tomate.
-        ¡Ah! Es eso, ¿verdad? Estás celosa. –Matt sonrió socarronamente-. Eres increíble, Meg. ¿Tienes celos de una persona que dentro de unos días estará muerta?
-        De acuerdo, estoy celosa –admitió a regañadientes-, pero porque dudo que tengas el valor de matarla. Creo que simplemente te estás encaprichando de ella.
-        Te equivocas –cortó-. Por si no recuerdas las palabras del informe, refrescaré tu memoria: “debe morir lo más dolorosamente posible”.
-        ¿Y? ¿Qué tiene eso que ver?
-        Para que sufra, primero tendré que conocer bien cuales son sus miedos. Y para eso, necesito que confíe en mi.
Megan abrió la boca, pero volvió a cerrarla, entendiendo por fin lo que Matt estaba planeando. Sonrió al chico y le besó en los labios antes de desaparecer tras la puerta de la cocina.

Klaire ya llevaba dos semanas de camino, acampando cuando se ponía el sol y partiendo cuando éste salía. Por el camino no se había encontrado a nadie, solo árboles y flores, y comenzaba a echar de menos la compañía de alguien con quien charlar y pasar las horas muertas.
La verdad es que ni siquiera sabía qué era lo que estaba buscando exactamente, pues seguía sin recordar nada de su antiguo hogar, así que iba un poco a tientas, buscando y guiándose por lo que dijese el corazón.
Los dolores de cabeza no habían vuelto a atacarla desde que leyese por primera vez la carta de sus padres, pero notaba en ella unos ligeros cambios. Ahora veía cosas que antes le pasaban desapercibidas, o simplemente eso era fruto del cambio de paisaje, no estaba segura. También sentía el oído y el olfato más desarrollados. Se sentía más ágil y más fuerte físicamente. Era capaz de aguantar todo el día caminando sin descansar. Pero aquello solo la creaba más dudas acerca de su identidad.

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