domingo, 15 de enero de 2012

CAPÍTULO 7. Huída (FIN DE LA PRIMERA PARTE)

Había pasado algo más de mes y medio desde la última vez que consiguió verla. Tenía una cara extraña, le miraba con recelo, con desconfianza, en alerta continua. «¿Qué esperabas obtener, alegría? Es normal, la soltaste de repente que la tenías que matar. ¿Cómo pudiste hacerlo tan sumamente mal?» pensó, derrotado. Apenas había hablado, había dejado que él le explicase cómo habían sucedido las cosas, y cómo al conocerla, algo dentro de él le impidió llevar a cabo su misión, pero ella tampoco parecía querer escucharle, y se fue con un escueto “ya nos veremos”. Y desde entonces, Drew no había vuelto a saber nada de Klaire.
Caminaba pateando las piedras del camino, como si aquello pudiese liberar un poco aquella angustia que se había adueñado de él y que se negaba a abandonarle. Hacía a penas dos horas que había llegado a Sessenis, buscando respuestas a unas preguntas que desconocía. De forma automática llegó a casa de Brandon, y tuvo suerte, parecía que estaba en casa. Llamó. Una, dos, tres veces.
-        ¡Brandon, abre! Joder, sé que estás ahí –Vociferó, enfadado- Necesito…
-        ¡Cállate! –la mano de Brandon lo agarró y lo arrastró dentro del apartamento- ¿Quieres que se entere todo el mundo de que estás aquí?
-        Veo que te alegras de verme.
-        No seas estúpido, deja tu sarcasmo para otro momento. ¿Aún sigues con esa misión suicida tuya?
El pequeño de los hermanos levantó una ceja, incrédulo.
-        ¿Te refieres a protegerla?
-        ¿A qué otra cosa? –Brandon tenía un cierto toque hostil en la voz.
-        Quizá habías adivinado mis planes de suicido para la próxima semana –respondió, encogiéndose de hombros.
-        ¿Sigues con el cachondeo? ¿No te das cuenta de que esto es serio? –Le fulminó con la mirada, visiblemente irritado ante la actitud del chico-. Hace poco que la noticia de que la chica sigue viva recorre la ciudad, y que sus poderes hayan despertado tampoco ayuda mucho a calmar los ánimos. ¡Has desaprovechado su momento de vulnerabilidad! La noticia corre como la pólvora, junto con cierta duda acerca de tus capacidades. Algunos comienzan a poner precio a tu cabeza.
Drew se quedó completamente serio.
-        ¿Qué tratas de decirme?
-        Huye. Huye ahora que aún puedes. Y llévate a la chica si la quieres… o dudo que puedas volver a verla con vida –la expresión en la cara de Brandon no dejaba lugar a dudas, estaba hablando completamente en serio, y en el fondo, no le gustaba tener que hacerlo. Algo le atormentaba tras esa capa de hostilidad fingida.
Drew se levantó y fue a recoger las pocas pertenencias que tenía en aquella casa. Se dirigió hacia la puerta y, justo antes de cruzarla, Brandon lo llamó:
-        ¡Eh, Matt!
-        ¿Si?
-        No diré que has estado aquí, ni siquiera a papá. Pero no sé cuánto tiempo podré mantener el secreto, así que date prisa… por favor –algo quebró la voz de Brandon.
Drew sonrió a su hermano y con la duda de si volverían a verse, cruzó la puerta sin volverse a mirar atrás, con un solo objetivo: encontrar a Klaire y llevarla lo más lejos posible.
 
Había progresado mucho en sus estudios en el último mes y medio. A penas abandonaba la biblioteca, se quedaba hasta altas horas de la noche y se levantaba con el primer rayo de sol. El maestro al principio se había puesto muy contento de ver a su pupila tan aplicada y había doblado sus ejercicios con ella, llevándola casi a la extenuación en cada interminable sesión. Pero comenzó a preocuparse cuando Klaire empezó a perder peso de forma alarmante a causa del excesivo desgaste, y aunque él quiso volver al anterior ritmo de clases, ella se negó, trabajando por su cuenta, así que la había obligado a darse un respiro durante una semana. Ella se opuso pero a penas tenía fuerzas y el maestro acabó saliéndose con la suya.
Cuando llegó a aquel caserón deshabitado, se alojó en la primera habitación que encontró y probó algunos trucos que había aprendido a última hora, pero su magia no funcionó. «Muy hábil, maestro» pensó, fastidiada. Caminó por la casa, buscando algo que hacer para mantenerse ocupada, para no pensar, como llevaba haciendo todo ese tiempo y casi sin pensarlo comenzó a ordenar todos los trastos que había desperdigados por ahí.
El entretenimiento le duró cuatro días, en los que descubrió que la familia que había vivido allí debió pertenecer a una de las más altas cunas de la nobleza, prácticamente reyes, y que aquel caserón fue habitado al principio por todo el núcleo familiar pero que, poco a poco, había pasado a ser un simple lugar de retiro, hasta que finalmente se quedó sin uso. «Una pena desperdiciar un lugar así» pensó Klaire mientras admiraba las maravillosas vistas que tenía desde el patio trasero. Echaba de menos Adelfield, el surf, su cálido clima, las gentes, la vida tranquila que allí llevaba, a su prima… ¿Cómo podía cambiar todo en tan poco tiempo? Una indiscreta lágrima recorrió su mejilla y dio paso a un torrente que llevaba ahí desde hacía algo más de un mes. De repente, dejó que todas sus emociones fluyesen por fin al exterior, que aliviasen su angustia y su dolor. Y, por fin, se permitió pensar en él. Deshizo los nudos de su consciencia en los que había atado todo lo que tenía que ver con él y trajo a su memoria la conversación que habían mantenido aquel fatídico sábado. Y todas aquellas cosas que él no la había dicho, pero que sí había pensado y ella había podido leer.
Sabía que había sido sincero con ella cuando le contó lo mucho que había cambiado al conocerla, que hasta entonces se había limitado a seguir órdenes y no cuestionarlas, que le enviaron allí precisamente por eso: por ser joven, experto, limpio y sumiso. Pero, ¿Hasta qué punto puedes fiarte de alguien que tiene la orden de matarte? ¿Hasta donde llegaba el poder de las personas que le habían ordenador hacerlo y hasta donde su voluntad? Sabía que la respuesta a su pregunta la tenían esos ojos grises que ahora le dolía recordar, pero en aquel momento, no estaba preparada ni para admitírselo a sí misma.
 
Había conducido sin descansar, y eso le comenzaba a pasar factura, pero no pensaba detenerse ahora, que estaba tan cerca. Sonó su teléfono móvil, pero no lo cogió. Tardó media hora más en llegar a la cuidad, cuando el sol ya se comenzaba a poner tras las altas montañas. Aparcó el coche y salió corriendo en dirección a la primera escuela en la que sospechaba que podría encontrar a Klaire.
Se equivocó. Una, dos, tres veces. Cuando la luna ya estaba muy alta en el cielo, dio con una escuela que no había visitado aún. Pensó en dejarlo para el día siguiente, pues a penas se aguantaba en pie, pero acabó por decidirse en entrar en ésta última antes de desistir.
Tuvo que escalar por la muralla trasera, cayendo como un felino en el patio trasero. Eran unos amplios jardines, bien cuidados y con espacios suficientes para el entrenamiento cuerpo a cuerpo. Cruzó rápido y silencioso el espacio que lo separaba del edificio, y se introdujo en él por una ventana descuidadamente abierta. Recorrió las habitaciones, en su mayoría desiertas. Era una escuela lujosa, bastante más que las otras en las que había buscado y por lo que podía observar, también bastante elitista. No había indicios de que por allí hubiese mucha actividad, no debía de haber más de dos o tres alumnos en ese momento. De repente una habitación iluminada captó su atención, se dirigió sigilosamente hacia ella, y las voces procedentes del interior le llegaron con mayor nitidez:
-        Bueno, la próxima semana lo pondremos en práctica si es lo que deseas, pero ya sabes que no me gusta… -decía una voz grave, de un hombre de mediana edad, supuso Drew-.
-        ¡Oh, Maestro! – le cortó, irritada, la voz de un chico joven-. ¿Por qué siempre me dice lo mismo? ¿Por qué me trata diferente que a ella?
-        No te trato diferente, es que vuestras necesidades son distintas, tienes que comprenderlo Mike. –repuso con calma la primera voz-. Ya sabes cómo han cambiado las cosas en estos días y ella…
Drew se dispuso a darse la vuelta, pues aquella conversación le empezaba a aburrir cuando de pronto, la voz del chico joven llamó su atención:
-        ¿Qué es tan importante para que haya decidido ocultar a Klaire, Maestro?
Drew sintió como todos sus músculos se tensaban, como un felino. «¿Ocultar a Klaire? Eso solo puede significar dos cosas: estoy en la escuela correcta y ellos están al tanto del peligro que corre. Pero, ¿Cómo?» se preguntó.
Hubo un silencio prolongado, hasta que la primera voz, la que pertenecía al hombre de más edad, habló:
-         Ya sabes que Klaire no posee unos poderes corrientes, que ella es mucho más poderosa de lo que somos capaces de imaginar –Hizo una pausa. Drew imaginó que esperaría el asentimiento de su interlocutor-. Y eso es algo que no todo el mundo está dispuesto a tolerar… por tanto, quieren matarla, ahora que ella aún está indefensa, que no es capaz de controlar sus poderes ni de defenderse. Quieren deshacerse de ella de la forma más cobarde que tienen –Drew imaginó el movimiento de desaprobación de su cabeza-. Temen lo que no pueden comprender, y lo solucionan matando.
-        No entiendo quién podría querer hacerla daño…
El sonido de las sillas moviéndose sacó a Drew de su ensimismación. Todavía le dio tiempo a escuchar que habían enviado a Klaire a un caserón abandonado situado a unos dos kilómetros al oeste. Se dio la vuelta y desapareció por el mismo lugar por el que había llegado.

martes, 1 de noviembre de 2011

CAPÍTULO 6. La verdad duele

El viaje duró aproximadamente dos semanas. Dos semanas de viaje entre prados, campos de cultivo y finalmente, montaña, bastante escarpada y difícil de cruzar, por lo cual tuvieron que cambiar de medio de transporte varias veces. Klaire se pasaba la mayor parte del tiempo mirando por la ventanilla, sorprendida por la belleza de aquel lugar que para ella era completamente desconocido hasta hacía tan poco tiempo.
Por segunda vez, volvió a cruzar las puertas de una ciudad que la dejó maravillada. Era una curiosa mezcla entre la delicadeza que poseía Metifte y la naturaleza salvaje, entremezclada con cascadas, ríos, palacios de cristal y mármol… «un placer para los sentidos» concluyó la chica. Harold y ella se dirigieron a uno de los edificios más altos de la ciudad, situado al lado de una pequeña cascada, rodeado de bosque. Entraron y El maestro indicó a Klaire que le esperase en el hall. Un hall amplísimo, elegantemente decorado y que daba a una escalinata de mármol que se dividía en dos según ascendía, y por la que en ese mismo instante, dos hombres bajaban hacia ella.
-        Klaire, él es George y fue compañero mío cuando yo mismo estudié en esta escuela –Presentó Harold- y ahora, será el encargado de tomarme el relevo en tus estudios.
-        Un placer –Dijo el hombre tendiendo la mano a la muchacha que le miraba recelosa-.
-        Encantada –cedió finalmente Klaire-. ¿Por qué no vas a ser más mi maestro, Harold?
Éste la miró sin saber muy bien qué responder.
-        Bueno, verás Klaire, creí más conveniente que te centrases más en tus estudios ya que llevas tanto tiempo de retraso…y… no hay mejor lugar que Orchidaceae.
-        ¡Bienvenida a la escuela, Klaire! Si eres tan amable de acompañarme… -suavizó George, quien percibía la tensión que se había creado en el ambiente- te mostraré tu nuevo hogar.
Klaire no dejó de mirar a Harold hasta que éste se perdió de su vista. Sabía que aquel no era el único motivo que le había llevado a trasladarse a aquel lugar, pero si Harold no quería contárselo, ella tampoco debía decirle que sabía cuál era el motivo real, pues entonces sabría que había estado hurgando en su mente sin su consentimiento y eso enfurecería a su maestro.
La escuela era enorme, con múltiples salas para prácticas, otras para clases más teóricas, habitaciones, salas para relajarse, comedor común, cocina a la que tenían acceso ilimitado… parecía un palacio, y, según le había contado George, en algún tiempo lo fue. Asignó a Klaire una habitación y la citó para una hora después en el jardín, donde comenzaría su aprendizaje en la escuela, muy distinto al que había recibido hasta entonces con Harold. Klaire suspiró y entró en la habitación. Era bastante amplia, con una cama y un pequeño sofá de dos plazas. Un escritorio, un baño, armario, dos estanterías y una terraza. «Realmente bonita para estar tan austeramente decorada» pensó Klaire. Bueno, ya tendría tiempo de ir decorándola a su gusto. Colocó sus pocas pertenencias, y rápidamente bajó al jardín a reunirse con su nuevo maestro, anhelante de nuevos conocimientos.

Matt se había quedado en la casa del lago, aunque su hermano se había marchado a penas dos días después de aquella conversación. Casi ni se habían dirigido la palabra, pues Brandon parecía bastante afectado por aquella inesperada noticia que le había contado Matt. En el fondo, no podía aceptar que su hermano hubiese escogido un camino tan distinto al que habría escogido él, pero, por mucho que le doliese, Matt no cambiaría de opinión. Había decidido opinar sobre su vida por primera vez, y darse cuenta de aquello le había hecho reflexionar sobre si en algún momento había pensado o tomado una decisión, si de verdad su vida se reducía a un puñado de órdenes. «¿Cómo no me he dado cuenta durante todo este tiempo?» pensó. Era cierto que dejarse llevar era más sencillo, limitarse a hacer los que otros te dicen que hagan, pero ahora todo eso le parecía completamente abominable, se daba asco a sí mismo.
Los días se habían sucedido sin que Matt se diese cuenta, pero era hora de ponerse en marcha, pues no podía quedarse en aquella casa eternamente.

Klaire se tiró sobre la cama, estaba agotada y ni siquiera se había dado cuenta hasta ese momento. Los dos últimos días habían sido intensos, y eso que ni siquiera había comenzado con el entrenamiento físico. Era cierto que el estilo de Harold y el de George eran completamente distintos, así como Harold había comenzado directamente poniendo a prueba su poder, George era mucho más conservador y el primer día la habló sobre los poderes mentales, sus puntos fuertes como eran la frecuencia con la que se daban personas capaces de dominar dos tipos de poderes o la ausencia de objetos físicos en los que depositar el poder a la hora de atacar, ni siquiera necesitaban de movimientos físicos, tan solo la mente y quizá los ojos, aunque había casos en los que no necesitaban ni siquiera el contacto visual, era cierto que los que menos. También le había hablado de sus puntos débiles, como que eran mucho más difíciles que dominar que los físicos (dominados por los corpaerhîs) y que necesitaban más tiempo para recuperarse de un ataque. Le había hablado de la historia, como desde hacía siglos, los corpaerhîs y los physëfti estaban enfrentados, luchando por cuál de los dos debería dominar al otro o al menos eso se creía por entonces, pues la razón de los primeros enfrentamientos hacía mucho tiempo que había sido olvidada. El odio entre las dos razas había ido creciendo con el paso del tiempo, hasta convertirse en algo prácticamente genético (Klaire era reacia a creerse que algo que venía del exterior pudiese convertirse en algo tan arraigado interiormente como para pasarse a través de los genes). Cada raza tenía el control sobre un territorio, los corpaerhîs, dominaban el norte, los physëfti, el sur-este. Y en el medio se encontraba Orchidaceae, donde ella se encontraba en esos momentos, y que era como un templo para ambas razas, donde convivían sabios tanto corpaerhîs como physëfti, los oráculos y los alumnos más aventajados de cada raza que solicitaban estudiar en sus escuelas. Fue en aquel momento, cuando Klaire se atrevió a preguntar:
-        ¿Es por ello por lo que me han traído aquí?
-        Así es, Klaire –Asintió George-. Harold me habló de tu poder, algo nunca visto… y tus antecedentes. Al parecer, con tan solo unos pocos años de vida tu poder ya comenzaba a manifestarse, ¿no es así?
-        No lo sé… -Klaire se encogió de hombros- borraron todos mis recuerdos.
-        Bueno, era una pregunta a la que no hacía falta que contestases, de todos modos –se rió, algo que a Klaire no le hizo mucha gracia-. Y es verdad que noto mucho poder en ti, así que tenemos un arduo trabajo por delante, pero continuaremos con ello pasado mañana. Creo que por el momento tienes suficiente que asimilar.
Dicho esto, se levantó y dejó a Klaire pensativa en el jardín. Después de dos horas asimilando toda esa información, había decidido subir a su cuarto, y allí estaba, tirada sobre la cama recapitulando. Poco a poco, el cansancio la invadió, sumiéndola en un profundo sueño.
Al día siguiente, cuando se disponía a bajar a desayunar, se chocó con un chico por el pasillo:
-        ¡Oh, perdona! no te había visto –se disculpó en seguida Klaire.
-        No pasa nada –respondió el muchacho, sonriendo y haciéndose a un lado para dejarla pasar-. ¡Perdona! –dijo, reteniendo a Klaire- ¿Eres nueva? No me suena tu cara…
-        Si… llegué hace unos cuantos días –respondió algo cortada-. Soy Klaire.
-        Mike.
-        Bueno…pues… ya nos veremos por aquí, supongo.
-        Eso espero –contestó giñando un ojo a Klaire.
El muchacho la soltó y continuó su camino, dejando a Klaire algo desconcertada. «Vaya, parece ser que no soy la única alumna de la escuela… menos mal» pensó, aliviada. Acto seguido continuó su camino hacia la cocina, hambrienta.
A lo largo de la semana, no volvió a cruzarse con Mike, pero tampoco la importó pues su nuevo maestro la ponía demasiadas tareas que ocupaban gran parte de su tiempo. Por fin llegó el sábado, día libre y el cual Klaire aprovechó para salir a conocer la ciudad.

Matt aparcó en el primer sitio que encontró libre, se metió las llaves en el bolsillo y comenzó a subir la calle. Tenía hambre, así que buscó una panadería donde comprar algo de comer. Llegó a una pequeña plaza, adornada con una pequeña fuente en la que una muchacha estaba parada, observándola con fascinación. Era cierto que aquella fuente era bastante bonita, pero eso no fue lo que llamó la atención del chico, sino la muchacha. Esa inconfundible figura… no se lo podía creer, era ella, estaba completamente seguro. Despacio se fue acercando, como si de un pájaro asustadizo se tratase o porque temía que aquello no fuese más que una ilusión. Cuando a penas se encontraba a unos centímetros de ella, levantó la cara y sus ojos se cruzaron:
-        ¡Harry! ¡Oh, Harry, no me lo puedo creer! ¿Qué haces tú aquí? –Klaire se tiró a sus brazos, fundiéndose en un abrazo que el chico deseó que no terminase nunca-. ¡Me alegro tanto de verte!
-        Ho… Hola, Klaire –saludó él, extrañándose de que le llamase Harry hasta que se acordó que aquel era el nombre falso que había utilizado con ella. Mentiras, como siempre-. Yo también me alegro de verte. ¿Cómo estás?
-        Muy bien, ¿y tú?
-        Bien. Te noto cambiada… -observó-.
-        ¿Ah si? –la chica le miró entre extrañada y divertida-.
-        Si, como más… adulta –acertó a decir-. Oye, ¿qué te parece si nos tomamos algo por aquí cerca?
-        ¡Estupendo! ¿Tu no dejas tus costumbres de los viejos tiempos, verdad?
Ambos rieron, felices en la compañía del otro. Entraron en una cafetería pequeña, de mesitas redondas y cortinas lilas. Una camarera se acercó para tomarles nota, y de paso mirar a Matt, quien a penas se fijó en la chica, pues él miraba a otra. No se podía creer que se hubiesen encontrado allí, después de tanto tiempo.
-        ¿Qué te ha traído hasta aquí? –preguntó Klaire, sacándole de sus pensamientos-.
-        ¡Oh, simplemente estaba de paso! Hacía mucho tiempo que tenía curiosidad por conocer la ciudad y he aprovechado… ¿Y tú?
-        Estudio en una escuela aquí, pues el maestro que tenía me dijo que no podía… -sin querer derribó su taza de té de un manotazo echándoselo todo por encima a Matt- ¡Ay, perdóname! Qué torpe… en seguida te lo limpio –dijo, poniéndose nerviosa.
Matt rió.
-        No pasa nada, tenía que lavar la ropa de todas maneras… tú me has ayudado a darme prisa –respondió quitando hierro al asunto-.
Klaire limpió como pudo el té de la ropa de Matt, y después siguieron hablando de todo lo que habían hecho hasta su reencuentro. Salieron del café y anduvieron hasta un parque cercano, donde había un precioso estanque con varios animales a los que la gente daba de comer. Matt se quedó en silencio. Klaire le miró, interrogante.
-        ¿Por qué no te despediste de mi, Klaire?
-        Yo… -la chica bajó la mirada, algo avergonzada-, bueno, estaba confundida… necesitaba respuestas y las necesitaba ya… Lo siento
-        No quería hacerte sentir culpable, solo quería saber por qué –intentó consolarla Matt, aunque no sabía muy bien si lo había conseguido.
Klaire levantó los ojos y se encontró con la fija mirada de Matt, y ya no pudo apartarla de él.
-        Me he acordado de ti muchas veces en todo este tiempo, por eso no me podía creer que fueses tú cuando te he visto en la fuente… -sonrió, con aquella sonrisa que tanto le gusta a él, transparente y sincera, como la de un niño pequeño-. ¡Oh, no, se me ha hecho tardísimo, tengo que volver ya! ¿Me prometes que nos volveremos a ver pronto?
Matt se limitó a asentir con la cabeza y ver como volvía a marcharse, pero ésta vez ya sabía donde encontrarla. No volvería a dejar que se alejase durante tanto tiempo de él. Y su corazón latió más fuerte, como corroborando aquella afirmación.

Mientras corría hacía la escuela, repasó mentalmente todas las imágenes de aquel día. No se podía creer que se hubiesen encontrado allí, un sitio que hasta el momento ella desconocía y que no tenía nada que ver con su antiguo hogar… de repente, algo brilló por encima de todo lo demás en los pensamientos de Klaire, algo que la hizo frenar en seco. Aquella era una ciudad mágica, ¿Cómo diablos había entrado Harry allí? ¿Acaso él también…? Miró el cielo, que casi había oscurecido por completo, sabía que tenía que haber llegado ya a la escuela… pero aquel descubrimiento cambia por completo el rumbo de las cosas. Se giró y deshizo el camino recorrido, pero al llegar al parque ya no quedaba ni rastro del muchacho. «¡Mierda! ¿Cómo no me habré dado cuenta antes? Ni siquiera le he pedido un número de móvil… ¿Cómo voy a contactar con él?» Se acordó de alguna de las enseñanzas de Harold, y una de ellas era el establecimiento de contacto con una persona a través del pensamiento. Era algo que pocos conseguían y mucho menos recién adquiridos sus poderes, pero Klaire se había salido de los límites en todo lo que había probado, así que, ¿Por qué no iba a conseguir aquello también? Se sentó en el mismo banco que antes, pero esta vez en el lugar que había ocupado el chico y se concentró. Visualizó esos ojos que la dejaban muda, su sonrisa, su cuerpo, su risa… y poco a poco sintió aquel cosquilleo por dentro, como un rayo de sol que la recorría de arriba abajo y supo que lo había conseguido. «Harry, necesito verte cuanto antes, ¿Quedamos el próximo sábado a la misma hora y en el mismo lugar?», al principio no notó nada, poco después, casi como si estuviese a su lado y pudiese verlo, sintió su sorpresa y, un tiempo después, escuchó su respuesta en su cabeza «Allí estaré». La sonrisa de Klaire se ensanchó y, aunque impaciente porque llegase el siguiente sábado, regresó a la escuela algo más tranquila.

El dolor de cabeza duró unos dos días, «Supongo que el que alguien se entrometa en tu mente no podía no dejar secuelas» pensó, fastidiado. Caminaba sin rumbo fijo, a penas conocía la ciudad y por ello, se pasaba el día entero recorriéndola. Por eso y para alejar a Klaire de sus pensamientos. Sabía que la había echado de menos todo aquel tiempo, pero no tanto. Algo en el pecho no había dejado de escocerle desde que la había visto marchar, supuso que eran las ganas de estar con ella, como aquellos días en la playa, pero sin mentiras de por medio.
Al fondo se podía divisar una pequeña cascada de agua completamente cristalina, que contrastaba con el verde vivo de la foresta. Y, a su lado, de forma inverosímil construida una pequeña casa, «aunque de pequeña tiene poco» pensó «parece el lugar de retiro de una familia adinerada».

Aquel día estaba algo más torpe de lo habitual, pero es que la costaba concentrarse con la mirada de Harry grabada a fuego bajo sus párpados y las mil preguntas sobre la identidad del chico que habían ido surgiendo en su cabeza y su corazón. Cerró de golpe el libro que estaba leyendo, cogió sus pertenencias y salió de la biblioteca a grandes zancadas. Aquel día se sentía encerrada, necesitaba espacio, así que fue al jardín.
-        ¡Buenos días, parajito! –saludó una voz que hizo saltar a Klaire-. Hacía mucho tiempo que no te veía por aquí, ¿Qué tal tus días de biblioteca?
-        Mal… demasiados libros, demasiadas cosas que debería conocer y que ahora me suenan a chino… demasiadas ganas de aprender –contestó la chica dejándose caer en el banco de al lado-. Necesito más acción.
-        Te entiendo –respondió, algo perdido en sus propios recuerdos-. Cuando yo entré también quería empezar cuanto antes… pero dudo que el Maestro te lo permita. Es muy estricto y su regla número uno dice “Cultiva la mente…
-        …para poder manejarla después” –terminó Klaire, con una risa de complicidad-. ¿Llevas mucho tiempo aquí, Mike?
-        El suficiente como para echar de menos la compañía.
-        ¿Somos los únicos alumnos?
Mike asintió con la cabeza y Klaire lo observó, pensativa. Parecía algo mayor que ella, quizá unos cuatro o cinco años. Tenía el cabello más oscuro que el suyo y sus ojos miel siempre ejercían una extraña admiración sobre ella. A penas le veía, salvo en raras ocasiones que coincidían a las horas de la comida o por el pasillo, pero siempre tenía una sonrisa que dedicarla.
Se quedaron en silencio un rato más, hasta que él se levantó y dejó a Klaire sola con su cuaderno de apuntes y una estilográfica con la tinta a medio gastar.
Una sola imagen regresó a su cabeza: Harry.

Sábado. Por fin, Sábado. No había conseguido pegar ojo en toda la noche, dándole vueltas a por qué Klaire le había llamado con aquella urgencia, aunque algo podía sospechar. Y por otro lado, estaban sus mentiras, las cuales cada día pesaban más y más sobre sus hombros y sentía que acabaría por derrumbarse. ¿Debía contarle la verdad a Klaire? ¿Y si no lo hacía? No, esa no era una opción. Era un deber. Debía contárselo. Pero tenía mucho miedo de perderla ahora que por fin había vuelto a encontrarla… «aunque, ¿Cómo puedes perder algo que nunca ha sido tuyo?» se preguntó. Caminaba con paso ligero, tanto que pasó de largo por el lugar dónde habían quedado. Se sobresaltó al escuchar a Klaire:
-        ¡Eh! ¿Tanto he adelgazado en una semana como para no verme? –dijo a modo de saludo, tan alegre y jovial como siempre.
-        Perdona Klaire, no es eso… iba distraído. ¿Qué tal estás?
-        Bien, tenía ganas de que llegase hoy, creo que tenemos muchas cosas que hablar –atacó Klaire-.
Matt puso los ojos en blanco. En el fondo le daba tanto miedo tener que afrontar la verdad. Cogió aire.
-        Bien, empecemos cuanto antes, ¿No crees? –Trató de forzar una sonrisa conciliadora, pero tuvo la sensación de que no le salió demasiado bien-. ¿Qué quieres saber?
-        ¿Quién eres?
Él la miró sin comprender, sin querer darse cuenta de todo lo que aquella pregunta implicaba. Ella no pareció prestarle atención.
-        Si esta es una ciudad mágica, ¿Cómo es que estás tú aquí?¿Acaso… acaso tú también perteneces al mundo mágico? –Los ojos de Klaire casi llameaban, eran más verdes y más magnéticos que nunca.
Matt guardó silencio. Ella le miró apremiante. Suspiró.
-        No me llamo Harry, mi verdadero nombre es Drew. Soy un corpaerhîs, domino los poderes del aire y la naturaleza, he sido educado en la academia de la Orden como soldado y me enviaron a buscarte porque… -paró de golpe, pues se había olvidado de respirar y las palabras “tenía que matarte” parecían cuchillos que desgarrarían su garganta si las pronunciaba.
-        ¿Por qué…? –Le animó a continuar Klaire, quien se había quedado inmóvil, mirándolo fijamente.
-        Era el mejor de mi promoción, algo que nunca se había visto… batía records…
-        No, no entiendo… ¿Por qué batías records me buscabas? ¿Soy algún trofeo y no me había enterado? –añadió Klaire, intentando darle un toque de humor a voz.
-        No, Klaire. Me enviaron a matarte.
La chica se quedó muy quieta, casi como si se le hubiese olvidado respirar. Drew la observaba, inquieto. De repente, se levantó y salió corriendo. Drew comprendió que no debía perseguirla… que tenía que dejar que asimilase la información a solas, aunque no pudo evitar notar cómo algo en su interior se llenaba de angustia. ¿La perdería?

Hay pesadillas muy reales, como la que tuvo cuando a penas tenía cinco años, en la que un hermano mayor moría delante suya. Pero abrió los ojos y la sangre y el hermano mayor, desaparecían. Ahora, por mucho que se esforzaba en abrir los ojos… la pesadilla la seguía torturando. Comenzaba a dudar que todo aquello fuese de verdad una simple pesadilla y no una realidad demasiado dura de aceptar.
La noche anterior a penas había hablado con nadie y se había subido a dormir. En su cabeza sólo existía aquella imagen, la de Harry contándole quién era de verdad, aunque ella se resistía a creerlo. «Pero negar algo no significa que deje de ser real» se recordó a sí misma, «y no se llama Harry… se llama Drew». Su cabeza era un hervidero, y comenzó a preguntarse si le había dicho la verdad, o era simplemente otra de sus mentiras. Aunque, si era otra de sus mentiras, ¿Qué necesidad había de decirla que le habían enviado para matarla? ¿Y quién era ese alguien que la quería matar? ¿Y por qué? Al final, aquella charla solo había servido para crear más preguntas y ni siquiera estar segura de aquellas respuestas.  

martes, 23 de agosto de 2011

CAPÍTULO 5. Se fuerte, estoy contigo.


Las dos primas se fundieron en un abrazo. Desde luego la gran caminata había merecido la pena, incluso si la ciudad donde se hallaba no era la que ella estaba buscando, pues había encontrado algo con mucho más valor para ella. La miró con tanta intensidad que Terry casi se asustó:
-        ¿Estás bien Klaire? –preguntó- ¿Por qué me miras de esa forma?
-        ¡Oh, Terry te echaba tanto de menos! –dijo la chica tirándose a los brazos de su prima de nuevo- Fue todo tan rápido y tan confuso y de repente, habías desaparecido y no sabía dónde ir..
-        ¿Y por qué viniste aquí? –La voz sonó dulce y seca por igual.
-        Pues, sencillamente, comencé a andar y.. –sacó la postal- esta era la única pista que tenía.
-        ¡oh, tía Kara, siempre tan sutil! –dijo más para sí misma que para Klaire- bueno, venga, vamos a mi casa que tienes mucho que contarme.
-        A…¿A tu casa?
-        Claro, aquí tienes la tuya –respondió con una sonrisa.
-        ¿Es aquí donde están mis padres? –Klaire no salía de su asombro, ¡¿Significaba aquello que la había encontrado por fin?!
-        Si, Klaire, has vuelvo a casa.
Terry condujo a Klaire a paso ligero alejándose poco a poco de la calle principal. Caminaban en silencio, Terry pensativa, Klaire fascinada con la arquitectura tan cuidada y elegante de la ciudad. Pasaron por dos plazas, una de forma cuadrada y la otra algo más redonda. Como el resto del lugar, estaban pulcras y organizadas, pero Klaire echó de menos algo más de vegetación, ya que era bastante escasa por el lugar.
Tardaron casi tres cuartos de hora en llegar frente a un portal de color celeste. Terry se paró tan de golpe que a Klaire a penas la dio tiempo de frenar. Subieron hasta el segundo piso, donde Terry volvió a frenar y abrir otra puerta más:
-        Bueno, este es mi hogar. No he encontrado nada mejor en tan poco tiempo, pero no te preocupes, aquí tienes casa propia… aunque no creo que sea adecuado presentarnos de golpe, así que pernoctaremos aquí y mañana te llevaré a tu casa, ¿vale?
-        Entendido –asintió Klaire, sin poder dejar de sonreír.
Terry la condujo a través del apartamento hasta el cuarto de invitados, cogió algo para picar de la cocina y volvieron al salón para charlar y contarse las mil y una aventuras que habían pasado estando separadas.

Por fin divisaba la gran muralla de Sessenis, por fin había llegado a su destino. Aunque no tenía muy claro dónde debía ir primero, si a buscar a Brandon o… ¡Mierda! Ellos no sabían que él se había marchado de la ciudad, y quizá no les hacía mucha gracia que dejase sin vigilancia a su “victima”. ¡Oh, ¿Por qué no había pensado en aquello antes?! Bueno, daba igual, se alojaría en un hotel y se pondría en contacto con su hermano como si lo hiciese desde la playa. Giró a la derecha y cogió la primera curva, que le desviaba hacía la zona donde se encontraban los pocos hoteles que había por allí.
Cuando por fin entró en la habitación 689, soltó las cosas y marcó un número de teléfono:
-        ¡Brandon, soy yo! Necesito verte –dijo, sin más dilación-.
-        Matt, ¡Qué sorpresa! –la voz sonó algo distorsionada- pues creo que estás de suerte, justo me dirigía para allá…
-        ¡¿Qué!? –Matt comenzó a sudar- ¿Y por qué…? O sea… ¿cómo…? –No conseguía encontrar las palabras adecuadas.
-        Vaya, necesitas verme pero te da un soponcio al enterarte de que voy para allá, no te entiendo hermanito. Desde que estás allí estás de un raro… Bueno, que no puedo entretenerme demasiado, en apenas un par de horas estaré por allí, dime un lugar donde podamos vernos.
-        Sessenis –respondió-.
-        No Matt –rió Brandon-, me refería…
-        Brandon, estoy en Sessenis –le cortó-.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea.
-        ¿Qué coño haces allí ?
-        Eso es de lo quería hablar contigo. Digamos que las cosas se han complicado un poco, pero de todos modos no quiero hablar por aquí, quedemos en un lugar intermedio dentro de tres días, ¿de acuerdo?
-        Está bien, déjame pensar –se escuchó un silencio al otro lado, luego añadió-, la casa del peregrino, en el lago.
-        De acuerdo, hasta entonces.
Matt colgó el teléfono y se tiró en la cama. ¡No se lo podía creer! ¿Qué diablos hacía Brandon yendo a Adelfield? Y mira que era inoportuno, que tenía que ir justo cuando él no estaba allí. Menos mal que no había llegado aún, porque si Megan se lo hubiese encontrado todo su plan se habría ido al traste. Con un suspiro se incorporó en la cama, recogió de nuevo sus cosas, y salió de la habitación más cara de la historia, pues había pagado el servicio para dos noches y la había utilizado algo menos de dos horas.

Aquella casa era impresionante. «Más que una casa es una mansión» se corrigió la chica «¿De verdad he vivido aquí en algún momento de mi vida?». Era una extraña mezcla entre un castillo y un edificio típico de la ciudad. El color arena predominaba, mezclado con pizarra en el techo y algún toque de color, en azul. Klaire miró a Terry:
-        No estés nerviosa, Klaire, es tu casa.
-        Ya, pero… no me acuerdo de nada. No tengo recuerdos de haber vivido aquí, ni siquiera recuerdo a mis…
-        ¡¡Klaire, cariño!! –Una mujer alta y elegantemente vestida corría hacía ellas, seguida de un hombre algo más alto que ella con cara sorprendida.
La muchacha fue violentamente arrancada de la protección de Terry y se vio envuelta en un abrazo que casi no la dejaba ni respirar. Aquella señora debía ser su madre, dedujo Klaire. Tenía los ojos vidriosos, y lucía una sonrisa que acentuaba las pequeñas arrugas que ya lucía alrededor de sus ojos verdes.
-        Ho…hola –consiguió articular-. ¿Mamá? ¿Papá?
-        Si, hija, vamos pasa dentro y ponte cómoda.
En el enorme recibidor había unas cuatro personas esperando para atender a Klaire en todo lo que pudiese necesitar: coger su abrigo, servirla un vaso de agua, acompañarla… pero Klaire lo que quería era darse una ducha. Así que subió al cuarto de arriba y en seguida la prepararon un baño caliente.
Una hora después, bajó al salón. Allí la esperaban sus padres y… ¿Dónde estaba Terry? Con toda la emoción expresada por sus padres, la había perdido de vista.
-        Eh… ¿Dónde está Terry?
La cara de su madre se endureció un tanto.
-        Ella tenía cosas que hacer –dijo seriamente, luego sus rasgos se dulcificaron un tanto-, ven, siéntate aquí, ¡Tenemos tanto de qué hablar! Has crecido tanto… la última vez que te vi eras una niña y ahora, eres toda una mujercita.
Klaire sonrió algo incómoda. Por mucho que aquellas personas fuesen sus padres, para ella ahora eran dos completos desconocidos de los que no se acordaba en absoluto.
-        ¿Qué te parece si damos una vuelta por la casa? –Propuso el hombre que debía ser su padre-.
-        Buena idea, James –se animó Kara-.
Los tres salieron del salón y comenzaron a recorrer el piso inferior. En la primera habitación que entraron, la biblioteca, Kara comenzó a contar a Klaire la de horas que se pasaba allí metida cuando apenas acababa de empezar a leer, o alguna que otra travesura que se le ocurría mientras su padre estaba trabajando. De la sala de juegos también tenían anécdotas, e incluso en la cocina y el baño, que tanto gustaba a Klaire, «Supongo que mi afición por el agua me viene de pequeña» pensó. Después, subieron al piso de arriba, donde se detuvieron largo rato en el dormitorio de los padres, el cual estaba lleno de fotografías, pero en las cuales Klaire apenas aparecía en un par. Finalmente, entraron en el que fue el dormitorio de Klaire. Y por primera vez en todo el recorrido, ella prestó atención, pues aquella habitación comenzó a despertar algunos recuerdos en su mente, aunque no estaban claros. Las paredes estaban decoradas con varias fotos de ella cuando era un bebé y alguna que otra de cuando era más mayor. Tenía una cama enorme en el centro, «¿No es un poco grande para una niña tan pequeña?» se extrañó. En una de las paredes, había una enorme estantería llena de libros de todas las formas y colores, y debajo un amplio escritorio lleno de papeles y utensilios varios. También había un solo marco con una foto en la que aparecía una niña de unos tres años montada a caballito sobre un señor de unos setenta. Ambos sonreían, felices.
-        Es tu abuelo, os lo pasabais tan bien juntos… -Comentó Kara, nostálgica.
-        Mamá… ¿Por qué me marché? –preguntó Klaire sin tapujos.
-        ¿No te acuerdas de nada de lo que pasó? –Habló por primera vez su padre, con voz grave.
«De las que no te atreverías a llevar la contraria», pensó Klaire.
-        No… apenas recordaba vuestras caras y… cuando intentaba recordar y me salía alguna imagen, enseguida se dispersaba y volvía a olvidarla. Ahora que estoy aquí comienzo a tener alguna ligera visión…
Los padres de Klaire se miraron un instante. Fue Kara quien habló:
-        Verás cariño, supongo que si has llegado hasta aquí es que leíste la carta que te dejamos, ¿es así? –esperó a que su hija asintiera con la cabeza y continuó-.Bueno, fíjate en la foto, ¿Ves esa mariposa de papel que vuela a vuestro lado? La hiciste aparecer tú. Con tan solo dos años y medio. Como fue un episodio aislado, lo dejamos correr. Pero volvió a manifestarse en ti el despertar de tus poderes tan solo dos años más tarde, esta vez en forma de telekinesis. Y ya no pudimos hacer como que no pasaba nada –Kara se fijó en la cara desorientada de su hija, suspiró-. Verás, Klaire. Los seres mágicos somos humanos hasta el despertar de nuestros poderes, algo que siempre ocurre cuando cumplimos los diez años. Nunca antes se había dado un caso como el tuyo, en el que la manifestación de los poderes se comenzó a dar a tan temprana edad. Teníamos miedo… -Kara pareció guardarse algo para sí, pero Klaire fingió no darse cuenta-Así que decidimos atar tus poderes y que te fueses a vivir como una humana más a Adelfield. Sólo queríamos protegerte.
-        No –cortó Klaire, hablando con toda la firmeza que pudo reunir-. No me disteis la oportunidad de ser fuerte. Ahora, tengo que empezar desde cero, como una niña pequeña. ¿No os dais cuenta de que sobre proteger a alguien es hacerle más débil?
-        Era mejor así, pequeña.
-        ¿Y mis recuerdos? ¿También me los robasteis? –Dijo, furiosa.
-        Si… -James levantó la mano ante el intento de réplica de su hija-. Era necesario, la única forma de que vivieses feliz, que no te preguntases quién eres, que te alejases de aquí. Lo que no entiendo es cómo han despertado tus poderes de nuevo.
Klaire fulminó a sus padres con la mirada y añadió, fría como un témpano de hielo:
-        Terry me hizo creer que estaba enferma, y me daba una botellita por la mañana y otra pasadas las doce horas… Ahora supongo que estoy perfectamente sana y lo que me he estado tragando durante todo este tiempo era una pócima para mantener a raya mis poderes, ¿no es así?
Sus padres asintieron, pero no dijeron nada.
Klaire se levantó y salió corriendo de la casa. ¿Había tenido el control de su vida en algún momento? Tenía que volver con Terry cuanto antes.


Matt había perdido la cuenta de los días que hacía que no sabía nada de Klaire, y su ausencia comenzaba a dolerle demasiado. Era absurdo, la conocía de tan poco tiempo… pero, había sido tan especial para él. Sacudió la cabeza para alejar los pensamientos y fijó la vista en el lago que tenía delante. Esa noche brillaba con intensidad el reflejo de la luna, completamente redonda, sobre su superficie completamente en calma. El ronroneo del motor sacó a Matt de su ensoñación:
-        Perdona, he tenido que hacer una parada en el camino –Brandon salió del coche y fue a reunirse en el porche con Matt. Se fundieron en un largo abrazo- te echaba de menos… ¡Has crecido!
-        Más bien tú has encogido, que estás ya mayor –bromeó Matt, contento de ver a su hermano después de tanto tiempo-.
-        Bueno, ¿Qué era eso tan importante que tenías que contarme?
-        ¿Descargamos el coche y te cuento?
-        Eso está hecho.
Entraron en la casa, descargaron las pocas pertenencias que llevaban encima y bajaron al salón. Comenzaron a hablar del pasado, del presente e incluso de sus planes futuros, mientras preparaban una suculenta cena. Cuando se sentaron a cenar, Brandon volvió a la carga:
-        Hace tanto tiempo que no nos veíamos que al final nos desviamos del tema, cuéntame cuál fue el motivo de esa extraña llamada.
Matt tragó. Había intentado dilatar el momento lo máximo que pudo. En realidad, no se le hacía fácil hablar del tema, ni siquiera con Brandon. Se aclaró un poco la garganta, mientras su hermano le miraba impaciente:
-        Verás, es sobre la misión.
-        Adelante –le animó Brandon, muy concentrado en su plato de tallarines-.
-        No puedo hacerlo, Brandon –soltó Matt-. Si fuese cualquier otra persona… pero, ella no.
Brandon olvidó sus tallarines y miró a su hermano fijamente.
-        ¿Qué estás diciendo?
-        Lo que oyes –respondió de forma áspera-. Verás, esta vez no es como las anteriores… esta vez la ejecución completa corre de mi cuenta. Y esta vez no es una persona cualquiera. Ella es especial, es única. –Su hermano seguía mirándole, incrédulo-. Al principio, pensé que se habían equivocado de persona, ella tan solo era una simple humana. ¿Qué motivos iban a tener contra una humana? Además, en el informe detallaban que era hija de los Lennox, y ya sabes que es una de las familias más poderosas de los physëfti. Así que decidí tomarme aquello como unas vacaciones –se encogió de hombros en respuesta a la mirada de reproche que le regaló Brandon-, pero todo cambió cuando fui a su casa. Su prima me sintió, sintió mi poder y yo el suyo. Y al día siguiente, cuando volví a ver a Klaire, ahí estaba… ese halo violeta que solo podía significar una cosa: sus poderes acababan de ser liberados. Y entonces me llamaste y… todo se volvió un caos. No puedo matarla, aunque sea una physëfti… ella no.
Su hermano hizo un sonoro chirrido al arrastrar la silla hacia atrás. Recogió rápidamente los restos de su cena y subió al piso de arriba, dando un sonoro portazo al encerrarse en la habitación.

Klaire aporreaba impaciente la puerta del apartamento de Terry. Necesitaba respuestas a sus preguntas, y las necesitaba inmediatamente. Estaba a punto de echar la puerta abajo cuando la cabeza somnolienta de Terry abrió:
-        ¿Qué ocurre, Klaire?
-        Oh… vaya… ¿Te he despertado? –una ráfaga de culpabilidad la invadió, quizá Terry necesitaba descansar y ella la había molestado.
-        Bueno, no pasa nada, anda, entra, no te quedes ahí parada. –Terry se hizo a un lado, dejando pasar a Klaire, quien fue directa al salón- ¿No te quedas en tu casa?
-        Mi casa está donde estés tú –respondió, firme-. Pero, dime, ¿Por qué permitiste que me ataran los poderes? ¿Por qué me has mentido durante tanto tiempo haciéndome creer que estaba “enferma”? ¿Por eso nunca he podido salir fuera de los límites de Adelfield? ¿Y qué pasa con todos mis recuerdos? –poco a poco, Klaire fue derrumbándose, hasta no poder pronunciar ni una sola pregunta más a causa de las lágrimas.
Terry la abrazó y permitió que se desahogase. Después la miró a los ojos:
-        No tenía otra opción, Klaire. Sé que ahora debes estar muy confundida, pero también sé que eres lo suficientemente fuerte como para poder con todo esto. –Terry la sonrió cálidamente- Tus padres estaban asustados, no sabían qué podía significar que tus poderes hubiesen despertado tan pronto, y bueno, en aquellos momentos corría por la ciudad el rumor de una profecía que hablaba de una persona con unos poderes extraordinarios que cambiaría por completo el mundo…y que tal y como se conocía en ese momento, dejaría de existir. Eso asustó a muchos, muchísimos ciudadanos. Así que las personas con un poder algo más especial, acabaron huyendo a la capital, a Orchideaceae. La ciudad se convirtió en una “caza de brujas” –Terry rió amargamente ante aquella comparación-. Tus padres decidieron atarte los poderes, y de ese modo, mataban dos pájaros de un tiro. Pero, una persona “no mágica” no podría sobrevivir aquí, en Metifte, así que decidieron que vinieras conmigo a Adelfield, donde la tía Morgana me podría preparar la poción que mantuviese tus poderes a raya y que cualquier cosa que tuviese que ver con la magia, fuese olvidada.
-        No lo puedo creer…
-        Siento mucho la forma en que te estás enterando de todo, pequeña.
-        Entonces mis padres… ¿Me odian? ¿Me ven como a un monstruo? –Klaire hablaba más para sí misma que para su prima, horrorizada-.
-        No te odian, pero si te temen. Temen tu poder.
-        ¿Y la alegría al verme? ¿Era todo ficción, para variar?
-        No, Klaire… ellos se alegran de verte, te echaban de menos.
-        Si tanto me echaban de menos, podrían haber venido a visitarnos, ¿no?
-        ¿Para qué? No serviría de nada, en cuanto se hubiese marchado, los hubieses olvidado.
Klaire sorbió por la nariz. Terry tenía razón, que hubiesen ido a verla solo añadiría más dolor al dolor, pero… le daba tanta rabia todo aquello. Sentía toda su vida como una farsa. De repente, se acordó de otra pregunta:
-        Terry, ¿Por qué no entraste conmigo a casa de mis padres? Son tus tíos, también los echarías de menos…¿No?
Terry apartó la mirada, pues sabía que Klaire sabría que mentía.
-        Tenía cosas que hacer. Además, ese momento era tuyo, debía dejarte tu intimidad.
Klaire la miró, poco convencida. Después se despidió y se fue a dormir, había sido un día demasiado intenso.

Matt apenas había podido conciliar el sueño. Nunca había visto a Brandon de aquella forma, jamás había reaccionado así ante nada, y eso que le había contado hasta la peor de sus trastadas. Le había pedido que se vieran para despejar su cabeza y solo había conseguido añadir una preocupación más. «¿Por qué no hago nada bien últimamente?» se preguntó con amargura. Sintió la presencia de Brandon detrás suya, pero no se giró, sabía que debía dejarle su espacio, así que continuó haciéndose el café.
Y así pasó la mañana, la tarde, la noche. Y dos días más. Cada uno haciendo su vida por separado. Matt solía entretenerse dentro de la casa, Brandon salía con el coche y volvía a las horas de comer. Fue al tercer día, mientras Matt escribía un par de anotaciones en su cuaderno, cuando Brandon se acercó a él:
-        Eres mi hermano, mi único hermano. Y te defenderé como he hecho hasta ahora, pero no puedo apoyarte. Si decides no cumplir con las órdenes, no voy a oponerme a ello, pero tampoco te ayudaré. ¿Entendido?
Matt asintió. ¿Qué otra cosa podía hacer? Se iba a marchar, cuando Brandon añadió:
-        ¡Matt!
-        ¿Si?
-        La chica… ¿Merece la pena? ¿Merece la pena que te juegues tu honor y tu vida por salvarla?
-        Si –afirmó el chico, sin un ápice de duda en sus ojos claros.

En los días siguientes no volvieron a hablar del tema. Terry disfrutó enseñando a Klaire la ciudad, quien comenzaba a recuperar algunos de sus recuerdos. Pasaban los días juntas, sin nadie más, sin preguntas incómodas que estropeasen el momento, pero aquello no podía durar eternamente. Al tercer día, mientras iba a comprar algo para comer, Klaire se encontró con su padre:
-        ¡Klaire! ¿Dónde estabas? Nos tenías preocupados…
-        ¡Oh, vaya! ¿Se os ha despertado el instinto paternal de repente? Pues es demasiado tarde –Klaire movió el brazo para zafarse del abrazo de su padre.
-        No hemos sido los mejores padres del mundo, es cierto, pero hasta los mejores se equivocan, ¿verdad?
Klaire mantuvo la mirada desafiante.
-        Danos una oportunidad, hija –la rogó- Pásate por casa a las cinco, ¿vale?
-        De acuerdo –aceptó, a regañadientes.
-        Bien, allí te esperamos –James se despidió de su hija con un beso.
Y, aunque no estaba muy convencida Klaire se presentó frente a la casa a la hora acordada. Una de las empleadas salió a recibirla y la condujo hasta el jardín, donde se hallaban sentados sus padres y un señor que ella no conocía. Se acercó con cautela, pues la cara de la persona que estaba sentada con sus padres le sonaba de algo:
-        ¡Klaire, has llegado! –Su madre se levantó para saludarla efusivamente-. Te presento a Harold.
-        Encantada –dijo la muchacha estrechando la mano del hombre.
-        Verás, queríamos compensarte por haber atado durante tanto tiempo tus poderes y que ahora te sientas tan insegura respecto a su uso –Klaire levantó una ceja, incrédula, pero su madre continuó-. Harold te ayudará a conocer cuál es tu poder, a controlarlo, a familiarizarte con él, a emplearlo como es debido y a dosificar tus energías para ello. Él será tu maestro a partir de hoy.
-        Si es tan amable, señorita –Indicó el hombre levantándose del asiento.
Klaire lo siguió hasta una zona algo más apartada de la casa y, de repente, una roca comenzó a levitar hacia ella. Klaire, asustada, quiso pararla y algo frenó de golpe el avance del proyectil.
-        ¿Qué ha sido eso? –Preguntó, alterada.
-        Quería probarte, nada más. Bien, ¿Qué sabes sobre tu poder?
-        Que lo tengo –dijo sencillamente, encogiéndose de hombros.
-        ¿No conoces algo más como su clase o su alcance?
-        No –Admitió-. Ni siquiera sé usarlo… sale cuando me asusto o me pongo furiosa.
-        Bien, bien –asintió el maestro-. Pues comenzaremos por lo básico: reconocer el poder y aprender a controlarlo a voluntad.
Klaire no sabía cómo podría ella hacer algo así, cuando desconocía dónde “guardaba” su poder, pero resultó mucho más sencillo de lo esperado. En apenas dos clases ya había aprendido a reconocer aquel cosquilleo cálido, como el roce de los rayos del sol, recorriéndola por dentro. Y a penas necesitó dos clases más para conseguir extraer el poder desde dentro de su cuerpo hacia fuera. El maestro estaba asombrado con el increíble progreso de su alumna, pero comenzaba a sospechar lo que eso podría significar. Así que, al terminar la clase, decidió reunirse con los padres de Klaire:
-        Klaire es una alumna maravillosa. Se entrega al cien por cien en las clases, progresa a una velocidad de vértigo, es aplicada y constante. Pero creo que en un par de clases más mis conocimientos comenzarán a quedarse pequeños para ella. Su poder es demasiado grande…
-        ¿Qué tratada de decirnos, Harold? –Preguntaron, inquietos.
-        Me temo que si quieren de verdad ayudar en el aprendizaje de su hija, tendrán que dejar que venga conmigo a Orchidaceae.
Los padres de Klaire intercambiaron una mirada llena de significado.
-        Si no hay más remedio…
-        Bien, partiremos pasado mañana –El maestro hizo una reverencia- Hasta entonces.
Klaire no acogió la idea con demasiado entusiasmo, pues dejaba allí todos los pocos apoyos que ella tenía, pero sus ansias de aprender la llevaron a partir hacia la capital con su maestro sin mirar ni una sola vez hacia atrás, donde sus padres y Terry la despedían con promesas que quizá no serían capaces de cumplir.