domingo, 15 de enero de 2012

CAPÍTULO 7. Huída (FIN DE LA PRIMERA PARTE)

Había pasado algo más de mes y medio desde la última vez que consiguió verla. Tenía una cara extraña, le miraba con recelo, con desconfianza, en alerta continua. «¿Qué esperabas obtener, alegría? Es normal, la soltaste de repente que la tenías que matar. ¿Cómo pudiste hacerlo tan sumamente mal?» pensó, derrotado. Apenas había hablado, había dejado que él le explicase cómo habían sucedido las cosas, y cómo al conocerla, algo dentro de él le impidió llevar a cabo su misión, pero ella tampoco parecía querer escucharle, y se fue con un escueto “ya nos veremos”. Y desde entonces, Drew no había vuelto a saber nada de Klaire.
Caminaba pateando las piedras del camino, como si aquello pudiese liberar un poco aquella angustia que se había adueñado de él y que se negaba a abandonarle. Hacía a penas dos horas que había llegado a Sessenis, buscando respuestas a unas preguntas que desconocía. De forma automática llegó a casa de Brandon, y tuvo suerte, parecía que estaba en casa. Llamó. Una, dos, tres veces.
-        ¡Brandon, abre! Joder, sé que estás ahí –Vociferó, enfadado- Necesito…
-        ¡Cállate! –la mano de Brandon lo agarró y lo arrastró dentro del apartamento- ¿Quieres que se entere todo el mundo de que estás aquí?
-        Veo que te alegras de verme.
-        No seas estúpido, deja tu sarcasmo para otro momento. ¿Aún sigues con esa misión suicida tuya?
El pequeño de los hermanos levantó una ceja, incrédulo.
-        ¿Te refieres a protegerla?
-        ¿A qué otra cosa? –Brandon tenía un cierto toque hostil en la voz.
-        Quizá habías adivinado mis planes de suicido para la próxima semana –respondió, encogiéndose de hombros.
-        ¿Sigues con el cachondeo? ¿No te das cuenta de que esto es serio? –Le fulminó con la mirada, visiblemente irritado ante la actitud del chico-. Hace poco que la noticia de que la chica sigue viva recorre la ciudad, y que sus poderes hayan despertado tampoco ayuda mucho a calmar los ánimos. ¡Has desaprovechado su momento de vulnerabilidad! La noticia corre como la pólvora, junto con cierta duda acerca de tus capacidades. Algunos comienzan a poner precio a tu cabeza.
Drew se quedó completamente serio.
-        ¿Qué tratas de decirme?
-        Huye. Huye ahora que aún puedes. Y llévate a la chica si la quieres… o dudo que puedas volver a verla con vida –la expresión en la cara de Brandon no dejaba lugar a dudas, estaba hablando completamente en serio, y en el fondo, no le gustaba tener que hacerlo. Algo le atormentaba tras esa capa de hostilidad fingida.
Drew se levantó y fue a recoger las pocas pertenencias que tenía en aquella casa. Se dirigió hacia la puerta y, justo antes de cruzarla, Brandon lo llamó:
-        ¡Eh, Matt!
-        ¿Si?
-        No diré que has estado aquí, ni siquiera a papá. Pero no sé cuánto tiempo podré mantener el secreto, así que date prisa… por favor –algo quebró la voz de Brandon.
Drew sonrió a su hermano y con la duda de si volverían a verse, cruzó la puerta sin volverse a mirar atrás, con un solo objetivo: encontrar a Klaire y llevarla lo más lejos posible.
 
Había progresado mucho en sus estudios en el último mes y medio. A penas abandonaba la biblioteca, se quedaba hasta altas horas de la noche y se levantaba con el primer rayo de sol. El maestro al principio se había puesto muy contento de ver a su pupila tan aplicada y había doblado sus ejercicios con ella, llevándola casi a la extenuación en cada interminable sesión. Pero comenzó a preocuparse cuando Klaire empezó a perder peso de forma alarmante a causa del excesivo desgaste, y aunque él quiso volver al anterior ritmo de clases, ella se negó, trabajando por su cuenta, así que la había obligado a darse un respiro durante una semana. Ella se opuso pero a penas tenía fuerzas y el maestro acabó saliéndose con la suya.
Cuando llegó a aquel caserón deshabitado, se alojó en la primera habitación que encontró y probó algunos trucos que había aprendido a última hora, pero su magia no funcionó. «Muy hábil, maestro» pensó, fastidiada. Caminó por la casa, buscando algo que hacer para mantenerse ocupada, para no pensar, como llevaba haciendo todo ese tiempo y casi sin pensarlo comenzó a ordenar todos los trastos que había desperdigados por ahí.
El entretenimiento le duró cuatro días, en los que descubrió que la familia que había vivido allí debió pertenecer a una de las más altas cunas de la nobleza, prácticamente reyes, y que aquel caserón fue habitado al principio por todo el núcleo familiar pero que, poco a poco, había pasado a ser un simple lugar de retiro, hasta que finalmente se quedó sin uso. «Una pena desperdiciar un lugar así» pensó Klaire mientras admiraba las maravillosas vistas que tenía desde el patio trasero. Echaba de menos Adelfield, el surf, su cálido clima, las gentes, la vida tranquila que allí llevaba, a su prima… ¿Cómo podía cambiar todo en tan poco tiempo? Una indiscreta lágrima recorrió su mejilla y dio paso a un torrente que llevaba ahí desde hacía algo más de un mes. De repente, dejó que todas sus emociones fluyesen por fin al exterior, que aliviasen su angustia y su dolor. Y, por fin, se permitió pensar en él. Deshizo los nudos de su consciencia en los que había atado todo lo que tenía que ver con él y trajo a su memoria la conversación que habían mantenido aquel fatídico sábado. Y todas aquellas cosas que él no la había dicho, pero que sí había pensado y ella había podido leer.
Sabía que había sido sincero con ella cuando le contó lo mucho que había cambiado al conocerla, que hasta entonces se había limitado a seguir órdenes y no cuestionarlas, que le enviaron allí precisamente por eso: por ser joven, experto, limpio y sumiso. Pero, ¿Hasta qué punto puedes fiarte de alguien que tiene la orden de matarte? ¿Hasta donde llegaba el poder de las personas que le habían ordenador hacerlo y hasta donde su voluntad? Sabía que la respuesta a su pregunta la tenían esos ojos grises que ahora le dolía recordar, pero en aquel momento, no estaba preparada ni para admitírselo a sí misma.
 
Había conducido sin descansar, y eso le comenzaba a pasar factura, pero no pensaba detenerse ahora, que estaba tan cerca. Sonó su teléfono móvil, pero no lo cogió. Tardó media hora más en llegar a la cuidad, cuando el sol ya se comenzaba a poner tras las altas montañas. Aparcó el coche y salió corriendo en dirección a la primera escuela en la que sospechaba que podría encontrar a Klaire.
Se equivocó. Una, dos, tres veces. Cuando la luna ya estaba muy alta en el cielo, dio con una escuela que no había visitado aún. Pensó en dejarlo para el día siguiente, pues a penas se aguantaba en pie, pero acabó por decidirse en entrar en ésta última antes de desistir.
Tuvo que escalar por la muralla trasera, cayendo como un felino en el patio trasero. Eran unos amplios jardines, bien cuidados y con espacios suficientes para el entrenamiento cuerpo a cuerpo. Cruzó rápido y silencioso el espacio que lo separaba del edificio, y se introdujo en él por una ventana descuidadamente abierta. Recorrió las habitaciones, en su mayoría desiertas. Era una escuela lujosa, bastante más que las otras en las que había buscado y por lo que podía observar, también bastante elitista. No había indicios de que por allí hubiese mucha actividad, no debía de haber más de dos o tres alumnos en ese momento. De repente una habitación iluminada captó su atención, se dirigió sigilosamente hacia ella, y las voces procedentes del interior le llegaron con mayor nitidez:
-        Bueno, la próxima semana lo pondremos en práctica si es lo que deseas, pero ya sabes que no me gusta… -decía una voz grave, de un hombre de mediana edad, supuso Drew-.
-        ¡Oh, Maestro! – le cortó, irritada, la voz de un chico joven-. ¿Por qué siempre me dice lo mismo? ¿Por qué me trata diferente que a ella?
-        No te trato diferente, es que vuestras necesidades son distintas, tienes que comprenderlo Mike. –repuso con calma la primera voz-. Ya sabes cómo han cambiado las cosas en estos días y ella…
Drew se dispuso a darse la vuelta, pues aquella conversación le empezaba a aburrir cuando de pronto, la voz del chico joven llamó su atención:
-        ¿Qué es tan importante para que haya decidido ocultar a Klaire, Maestro?
Drew sintió como todos sus músculos se tensaban, como un felino. «¿Ocultar a Klaire? Eso solo puede significar dos cosas: estoy en la escuela correcta y ellos están al tanto del peligro que corre. Pero, ¿Cómo?» se preguntó.
Hubo un silencio prolongado, hasta que la primera voz, la que pertenecía al hombre de más edad, habló:
-         Ya sabes que Klaire no posee unos poderes corrientes, que ella es mucho más poderosa de lo que somos capaces de imaginar –Hizo una pausa. Drew imaginó que esperaría el asentimiento de su interlocutor-. Y eso es algo que no todo el mundo está dispuesto a tolerar… por tanto, quieren matarla, ahora que ella aún está indefensa, que no es capaz de controlar sus poderes ni de defenderse. Quieren deshacerse de ella de la forma más cobarde que tienen –Drew imaginó el movimiento de desaprobación de su cabeza-. Temen lo que no pueden comprender, y lo solucionan matando.
-        No entiendo quién podría querer hacerla daño…
El sonido de las sillas moviéndose sacó a Drew de su ensimismación. Todavía le dio tiempo a escuchar que habían enviado a Klaire a un caserón abandonado situado a unos dos kilómetros al oeste. Se dio la vuelta y desapareció por el mismo lugar por el que había llegado.

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